El viento soplaba meciendo los
árboles levemente iluminados por la luna. El ruido de las hojas y de las ramas
irrumpía el silencio de la noche. Ella iba caminando hacia aquella casa en
mitad del bosque, vestida con su atuendo habitual, un camisón de algodón blanco
y unas zapatillas blancas sin calcetines. Avanzaba lentamente sin hacer mucho
ruido escondido bajo el movimiento de los árboles. Su pelo moreno se alborotaba
ante el aire, y aunque en ocasiones le tapaba la cara, ella seguía avanzando
sin inmutarse. Se detuvo delante de la casa, comenzó a subir los tres peldaños
que antecedían a la puerta principal notando cómo se hundía la madera de los
mismos levemente bajo sus pies. Aquella casa de madera parecía abandonada, el
porche al que accedió tras las escaleras mostraba que nadie lo había utilizado
desde hacía bastante tiempo, una silla y una mesa lo confirmaban bajo una capa
de polvo, así como las telas de araña en aquellos ángulos en esquina formados
por las paredes y la cubierta del porche.
Se paró delante de la puerta. Se
concentró durante un momento pero no oyó nada. La observó y simplemente giró el
pomo. La puerta cedió y se abrió chirriando mostrando una negrura absoluta
dentro de la casa. Avanzó hacia dentro despacio mientras seguía concentrada
pero continuaba sin oír nada. Quedó absorbida por la falta de luz al adentrarse
en su interior. El suelo, notaba como descendía levemente ante cada paso y,
poco a poco, dentro de la negrura se iba discerniendo una planta baja diáfana
con una escalera al fondo que ascendía a la planta de arriba. A pesar de que
continuaba concentrada en escuchar, su mente le mostró varias imágenes
sucesivas que le hacían recordar. La llevaron hacia otro momento en el que ella
estaba sentada en posición fetal, con sus manos tapándole las orejas y
sintiendo aquel ruido infernal en sus oídos que le hacían apretar la mandíbula
como si con ello consiguiera librarse de aquella tortura. Tanto lo recordaba
que podía escuchar perfectamente todos aquellos golpes retumbando en su mente. Fue
de los primeros días. Aquellos días en que todo cambió, su manera de ser, su vida
y la manera en que la observaba. Ahora era vida o muerte. Le obligó a perder el
contacto con la gente, con la vida misma en las calles, plazas, centros
comerciales, cines, espectáculos o todo aquello que significase gente,
multitudes. Ahora vivía recluida en su pequeño mundo solitario, aislado,
apartado que era lo único que le podía conferir esa paz interior que necesitaba
para poder seguir viviendo. Un ruido proveniente de la madera del suelo la
devolvió a la realidad, consiguió distinguir algo que se movía rápido en el
fondo de la habitación. No sabía exactamente qué podía ser pero intuía que
podía ser un roedor. No le interesaba así que volvió a concentrarse en escuchar
otros sonidos pero no conseguía oír nada más. Seguía avanzando a lo largo de la
planta baja hasta llegar a la escalera por la que comenzó a subir lentamente y
atenta a cualquier ruido que pudiera escuchar. Al llegar a la primera planta,
sus ojos acostumbrados a la oscuridad que percibían la poca luz que la luna
podía emitir, vieron que había tres puertas abiertas. Cada una de ellas daba a
una habitación. Se quedó inmóvil un instante para confirmar que todo estaba en
silencio. Avanzó por la de la izquierda y entró en la habitación. Estaba
desprovista de muebles. Se quedó un segundo observando el esplendor de la luna
que se colaba por la ventana y que daba un toque azulado dentro de la oscuridad
de la habitación. Observó que cercano a una de las paredes había un pequeño
agujero en el suelo. Se dirigió a la más próxima y fue avanzando lentamente a
lo largo de la misma concentrándose en intentar captar el sonido que ella
buscaba pero que no encontraba. Continuó por la siguiente pared y así
sucesivamente hasta que llegó al agujero. No veía la planta de abajo así que lo
bordeó para conseguir tener la poca luz de la luna a su favor y poder ver el
fondo. No lo consiguió, la luz de la luna no era lo suficientemente fuerte como
para penetrar en la negrura que se había apostado en el hueco. De repente creyó
oír algo. Se mantuvo inmóvil, alerta. Le parecía escuchar un sonido muy flojo
procedente de la pared, así que se acercó hasta pegar su cuerpo sobre la misma.
Ahí estaba lo que buscaba, ese sonido inconfundible, aquel que le había
cambiado la vida, aquel con el que tendría que vivir el resto de su vida, el
latido de un corazón. En este caso era el de uno cuya vida estaba
desapareciendo, pulsaciones débiles que anunciaban una muerte lenta.
Efectivamente había alguien en el tabique, le habían emparedado vivo. Quizá
después de haber agotado sus energías en gritar para que alguien le escuchase,
en intentar moverse dentro de aquella cárcel vertical para intentar golpear y
hacer ruido, aceptase una muerte lenta y solitaria esperando a que el último
aliento de vida se escapase y con el llegase la liberación ante aquella
tortura. Pero ella había llegado antes de todo eso y gracias al ruido de su
corazón, la vida le había devuelto la vida. Continuó cercana a la pared para
localizar exactamente la ubicación de aquella persona, concentrándose en el
latido ya casi imperceptible hasta que, sin darse cuenta, se hundió levemente en
el agujero que había en el suelo haciéndolo más grande por la caída, pisó sobre
algo que no pudo distinguir, cayó y se golpeó la cabeza contra la madera. La
vista se nubló un instante para recuperar una visión borrosa que dirigió hacia
el hueco y del que aparecía una forma que estaba saliendo. Esta vez no era un
roedor. Intentó enfocar para distinguir aquella forma que poco a poco se iba
haciendo más grande pero que no conseguía precisar. La madera crujía ante el
levantar de aquella masa negra. Comenzó a distinguir una forma humana que se
estaba incorporando, pero aquello era imposible, no había escuchado su corazón.
Su instinto era infalible, algo probado durante años, estaba desconcertaba y el
miedo comenzaba a invadirla ante lo desconocido. Se logró levantar a duras
penas ya que el golpe en la cabeza le hacía inestable cuando distinguió
tardíamente que la figura había extendido su brazo para agarrar el suyo
sintiendo un dolor que parecía que se lo iba a hacer añicos. El miedo le
despejó la cabeza y comenzó a darle patadas para intentar soltarse el brazo,
pero no surtió efecto, parecía que iba a romperse. La figura la atrajo hacia sí
y le agarró del cuello fuertemente con una mano huesuda, áspera. Notaba como
poco a poco se iba cerrando cada vez más haciendo entrar cada vez menos aire en
sus pulmones. Automáticamente acercó su mano hacia el pecho de la figura y
comenzó a apretar con sus dedos con tal fuerza que empezó a brotar la sangre.
Continuó hundiendo los dedos hasta que agarraron aquello que buscaban, pero una
ola de terror le recorrió el cuerpo entero al darse cuenta que aquello que
había agarrado no se movía, pero aún así hizo acopio de las pocas fuerzas que
le quedaban para sacarlo de su pecho. Y ahí lo tenía, su corazón inerte en su
mano con la sorpresa de que la figura no había aflojado las manos de su brazo y
su cuello. No entendía qué era aquello. La figura intentó salir del agujero
torpemente y tropezó cayendo ambos sobre la madera, percatándose de un olor
pútrido, estaba aterrada ante aquella cosa. El corazón salió rodando a causa de
la caída esparciendo la sangre por todo el suelo. La figura no dejó de aflojar
ningún momento. Estaba desesperada, cada vez conseguía aspirar menos aire. La
figura comenzó a acercar su cabeza hacia ella mientras ella barría el suelo con
la mano libre para aferrarse a lo que fuese que le pudiese dar la oportunidad
de librarse de aquella cosa. Y la encontró. Notó una astilla resultante de la
rotura de la madera, la aferró con toda la fuerza que podía en ese momento,
hizo un movimiento parabólico y la clavó en la cabeza de aquella cosa inmunda
cuya sangre salpicó alrededor a gran velocidad. Justo en el momento en que notaba su aliento cerca de su cara. En ese
momento, la figura aflojó el cuello y el brazo y cayó sobre ella como un muerto,
quedando inmóvil, inerte. Rápidamente se lo intentó quitar de encima, de
cualquier manera que fuese posible, con las manos, dándole patadas para
apartarlo, hasta que al final lo consiguió. Se lo quitó de encima y respiró
todo el aire que podía una y otra vez rápidamente notando como entraba a través
de los pulmones y los llenaba en una sensación de necesidad complacida. Se quedó
un instante observando a aquella criatura a la que, inexplicablemente, una vez
le había arrancado el corazón seguía vivo. Se acercó un poco más con cierto
temor vencido por la curiosidad para observar aquella criatura con más detalle
en la medida en la que la oscuridad le permitía. Podía ver, sin mucho detalle, que
iba ataviada con un pijama de rayas que originalmente parecía haber sido blanco
y que, ahora tenía una tonalidad grisácea cuyas rayas se distinguían con
dificultad difuminadas sobre la mugre de la ropa. Unas manos huesudas con una
piel áspera de un tono pálido, sucias, con heridas y su cara tan delgada que se
distinguía perfectamente su calavera, envuelta en una piel hecha jirones en
algunas zonas y de la misma tonalidad que las manos le hacía llegar a la única
conclusión posible…