sábado, 28 de noviembre de 2015

Atardeceres

Aquellos colores, aquella luz, aquella brisa…solo faltaba ella. Este era su sitio, con él y con el atardecer. Cuántas tardes habrían pasado delante del ocaso compartiendo solo el momento, solo la compañía, solo el atardecer. Los colores que los envolvían dotaban de una cierta magia el instante, manos cogidas, miradas compartidas, palabras en silencio. El horizonte se abría a ellos a través de un mar de color profundo, cuya calma dejaba reflejar los colores que el astro pintaba sobre el cielo. El aire soplaba levemente sobre sus rostros que, junto con la arena fina, fresca, transmitían esa sensación de libertad y tranquilidad junto a la persona que más quería. Muchos momentos compartían a lo largo del día, pero ninguno era tan delicado, tan tierno, tan apasionado, solo sentían, no pensaban, no hablaban.

Ahora su lugar estaba vacío, ya no estaba y ahí estaba su sitio. Casi podía ver cada gesto suyo, cada mirada y sentir su mano cómo cogía la suya, casi podía ver su belleza iluminada por el brillo de sus ojos proveniente del atardecer, aquel atardecer que revolvía su pelo cada vez que el viento soplaba, dándole un aspecto más natural, más atractivo. Pero ella ya no estaba. En su mano agarraba el poema que le dio el día de su cumpleaños, en el mismo sitio que ocupaba ahora mismo.

Bajo estos colores
Solo te puedo decir que te quiero
Y espero que no llores
Porque si te soy sincero
Solo quiero verte feliz
Así, tal y como eres
Bajo estos atardeceres,
El mar me cuenta
Que siempre será así
Y solo lamenta
De la muerte y su afrenta,
Del viento oí
De nuestro amor infinito
Gracias a cómo eres,
Y de la arena te transmito
Siempre bajo atardeceres
Podrían ser nuestro mundo
Porque tal y como eres
No hay sentimiento más profundo
Que siento y espero que no esperes
Que te quiera menos
En estos atardeceres


Ya nada era lo mismo, una parte de él había estallado en trozos, trozos que costaría mucho tiempo volver a juntar, trozos afilados que hacían y harían mucho daño. Sentarse allí, bajo el sol mientras se escondía, era una manera de recuperar parte de ella, de lo sentido, de lo querido. El horizonte salpicado de tonalidades le hacía no olvidar nunca para recordar siempre lo que había sido ella para él, su día a día, su vida. No la recuperaría nunca, pero no la perdería jamás, el recuerdo había quedado labrado en su corazón y ahí siempre la sentiría. Olía el aire, veía los colores, sentía la arena y le parecía estar junto a ella bajo el atardecer…

Siempre bajo atardeceres
Podrían ser nuestro mundo
Porque tal y como eres
No hay sentimiento más profundo
Que siento y espero que no esperes
Que te quiera menos
En estos atardeceres

sábado, 21 de noviembre de 2015

Pluma y Papel

Pluma y papel es todo lo que puedo pedir
Sin saber y solo al escribir
Gano libertad a cada verso que construyo
Y no tengo que pensar mientras huyo
Solo crear mientras empiezo a volar
Ya no huyo, ya no corro, solo me dejo llevar
Mientras la tinta avanza por el papel
Se crea un lienzo, fíjate en él
Porque son historias en trazos, en trozos
Con comienzo, con fin, alegrías y sollozos
Vidas paralelas, fantásticas o reales
Enteras, parciales o formadas por retales
Déjame ese momento, déjame que escriba
Crear los cimientos, construir y llegar hasta arriba
Donde yo quiero estar y a donde puedo llegar
A través de la pluma y el papel alcanzar
Con todo el anhelo, mi mundo paralelo

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Última Bala

A la hora, el día y el momento elegido. Quizás no era el que más le gustaba, pero tendría que pasarlo. Se encontró entrando en una estancia oscura, solo podía ver aquello que iluminaba una lámpara que colgaba de un techo desaparecido en la negrura. Una silla, una mesa, una pistola y su oponente.
Le llamó la atención el contraste del metal brillante y limpio de la magnum sobre la mesa, que reflejaba la luz proveniente de la única fuente de luz existente en la estancia. Las cachas negras hacían juego con el mueble, que era del mismo color. El rostro de su oponente, igualmente iluminado que el arma, le miraba fijamente a los ojos. Su mirada no revelaba miedo ninguno. No veía rastro de sudor o alguna otra pista que le pudiese indicar que estuviese nervioso. Era de un rubio exagerado, no sabía si por efecto de la luz, o porque era su color real de cabello. Con sus ojos azules claro tenía el mismo problema. Procedió a sentarse, quedando su mirada a la misma altura que la de su contrincante. La comunicación verbal estaba prohibida. La pistola le apuntaba a él, luego se había decidido que tendría que ser él el que comenzase. Aquello no era un buen comienzo, su oponente tendría más posibilidades de ganar, y no solo eso, llegados el caso, si solo queda una bala, sabría que se tendría que enfrentar a la muerte directamente siendo consciente de ello. El hombre rubio, sin apartar la mirada, cogió la pistola, acercó el cañón a su sien y levantó el percutor. Se fijó en el pequeño, casi imperceptible temblor de la mano que sujetaba el arma. Aquello era una pista de gran valor, aunque seguía sin ver a a través de su rostro el dilema que tendría en su interior ahora mismo, su oponente no se había dado cuenta de que su mano le había delatado. Admiraba cómo su rostro eliminaba cualquier atisbo de miedo o de conflicto interior. Apretó el gatillo. Sonó el click que confirmaba que el cargador estaba vacío y el tambor giró para colocarse en la nueva posición. Su oponente continuaba con el mismo rictus en el rostro. Ya solo quedaban cinco posibilidades de que la bala estuviese alojada en alguno de los huecos del cargador. Era su turno. Su adversario dejó la pistola encima de la mesa, lista para que la usara él. La cogió. La puso sobre su sien. La amartilló. Y esperó. No tenía miedo y quería infundirlo. La frente de su oponente comenzaba a perlarse de sudor ligeramente, lo que le comunicaba que la presión psicológica a la que estaba sometido por la situación podría decantar la balanza hacia su lado. Entonces apretó el disparador. Otra vez el click. Ya solo quedaban cuatro turnos. Dejó el arma en la mesa para que lo cogiera su adversario. Este la volvió a situar con el cañón sobre su sien. Levantó el percutor. El temblor de su mano se hacía más patente que antes. Su presión interior iba en aumento. Disparó. De nuevo el click. Dejó la pistola sobre la mesa. Su frente reflejaba pequeños destellos del sudor que, cada vez más, iban en aumento. Él también se dio cuenta de que la respiración de su oponente estaba aumentando de ritmo paulatinamente. Tres turnos. Las posibilidades se volvían a reducir de nuevo. Si le volvía a tocar en la siguiente, asunto terminado. Había que actuar. La levantó y la apoyó sobre su cabeza. Esta vez, acercó su cara todo lo que pudo hacia el rostro del hombre rubio, sin llegar a tocarle, frente a frente. Le escrutó con la mirada. Lentamente levantó el percutor. Un tercio mortal de posibilidades. Esperó. Apretó el gatillo rápido, vio cómo su adversario parpadeó y ligeramente subió las cejas. Le había sorprendido, no lo esperaba tan rápido. Estaba a punto de conseguirlo. Dejó el arma sobre la mesa con fuerza, de modo que un sonido rápido y fuerte inundó la estancia quebrando el sonido eterno que se había instalado. El cuerpo del rubio sufrió un pequeño espasmo y su rostro comenzaba a desmontarse. Arrastró el arma hacia él. Su mirada denotaba miedo al ver el arma cerca suya. Su conflicto interior estaba en el punto más álgido. Solo tenía que presionarle un poco más, así que giró la pistola con la culata hacia él en gesto de que era su turno y que debía cogerla. Entonces el rubio bajó la cabeza, relajó el cuerpo y se levantó de la mesa. No volvieron a cruzar más miradas. Se quedó solo ante el arma así que la cogió, sacó el cargador hacia un lado y comprobó que habría sido el turno de la bala. No más clicks. Pobre desgraciado, se había ido con la sensación de derrota, sin saber que le había salvado la vida y que debería de estar contento de no estar muerto. De otro modo las probabilidades de este juego absurdo le habrían reventado la cabeza.
Otro juego más. Más dinero. Peligroso pero rentable. Las palabras volvían a su mente, “No tengo nada que perder, lo tengo todo para ganar. Dispara, da igual, sales ganando…

lunes, 2 de noviembre de 2015

El Cuadro Del Sentimiento

Cuando el viento soplaba sobre tu rostro
Cuando la luz iluminaba tu cara
Se pintaba el cuadro más lustroso
Iluminado por aquellos colores vivos
Mostrando la belleza del sentimiento
Con toques y matices llamativos
Que hicieron que fuera el cimiento
De todo aquel sentimiento
Cuando el viento soplaba sobre tu rostro
Cuando la luz iluminaba tu cara
Se pintaba el cuadro más lustroso
Me dijiste que te quedarías por siempre
Y lo vi no sólo porque tu faz lo mostrara
Sino también porque tu corazón no miente
Cuando el viento soplaba sobre tu rostro
Cuando la luz iluminaba tu cara
Se pintaba el cuadro más lustroso
Un cuadro guardado en lo más profundo
Enterrado en lo más hondo
Pero conservado como un triunfo
Porque último no es el que está en el fondo
Sino el más cuidado, el más valorado
Y el que miraré siempre como colofón
Del pasado de lo vivido, de lo sentido
Que llegó hasta mi corazón
Cuando el viento soplaba sobre tu rostro
Cuando la luz iluminaba tu cara
Se pintaba el cuadro más lustroso
Camino que fue un futuro comenzando un pasado
Camino impreso en un pasado que no llegó a un futuro
Y cuyos pasos, uno a uno, quedaron tatuados
Allá donde no se ve, allá donde es más oscuro
Dónde nadie puede ver, y a donde solo yo puedo acceder…