lunes, 9 de mayo de 2016

El Códice. Parte IV

Así que recurrió a la ayuda del inestimable Huraño que tanto le estaba ayudando. Le hizo una visita a su morada donde mantuvo una conversación agradable con él y mediante la cual, obtuvo el nombre del anterior propietario a Niklas: Yuri Sokolov. Se lo agradecería regalándole una pequeña pieza de poco valor, pero que sabía que le iba a gustar.
Yuri Skolov era un ruso cuyo patrimonio era de origen dudoso, hay quién decía que provenía del tráfico de drogas. Logró construir un imperio empresarial a partir del blanqueo de dinero proveniente de las sustancias ilegales. No era una persona amante de las antigüedades. De hecho, el Códice lo obtuvo, por lo visto, en un ajuste de cuentas en casa del desafortunado que perdió tanto la vida como el manuscrito. Al poco de poseer la reliquia, Yuri desapareció sin dejar ningún rastro, el mismo rastro ausente que dejó el Codex hasta aparecer en manos de Niklas.
Aitor investigó las empresas pertenecientes a Yuri, que ahora las dirigía su mujer, Svetlana Kuznetsov. Comprobó que una de las sociedades creadas tenía como fin el intercambio de antigüedades, probablemente sin actividad ninguna y con el objetivo de blanquear dinero. Aquello lo podía aprovechar a su favor, yendo a visitar a la mujer haciéndose pasar por un asesor externo a la empresa que aconsejaba a Yuri sobre los precios de las antigüedades sobre piezas reales, no inventadas, de modo que podría preguntar a Svetlana sobre la llave sin levantar sospechas e incluso, intentar embaucarla para poder conseguirla.
Estudiado el plan a seguir, Aitor visitó la antigua casa de Yuri, haciéndose pasar por Alberto, asesor de antigüedades. La casa, más correctamente denominada mansión, tenía el estilo de los castillos franceses y un mayordomo al estilo de los ricachones también. El sirviente le dirigió por fuera de la mansión hasta llegar a la parte trasera a través de jardines limitados por caminos de tierra fina. Svetlana le esperaba sentada en una silla blanca haciendo juego con la mesa del mismo color sobre un fondo verde de vegetación. Él se presentó y ella pareció creerle en su papel de asesor externo. Al principio conversaron sobre la desaparición de su marido y de lo misterioso del acontecimiento. –Un día se metió en el despacho a trabajar y cuando fui a verle para decirle que la cena estaba preparada, no había nadie. Desde entonces no le he vuelto a ver y no se sabe dónde puede estar.- Fue lo que dijo Svetlana. Después de aquello, Aitor dirigió la conversación hacia el tema de interés, las antigüedades. Primeramente tanteó el conocimiento de la mujer al respecto, pero comprobó que era más bien escaso. A continuación, le preguntó por la llave y para su sorpresa le dijo que no la tenía. –Me llamó un hombre de su empresa y me dijo que necesitaba la llave para venderla y así poder ajustar ciertos balances de la compañía. Como me tuve que ir de viaje unos días, la dejé preparada para que la recogiera en mi ausencia-, aclaró Svetlana. 
-Pero entonces, ¿no vio quién era?- le preguntó Aitor con necesidad.
-No porque me fui, cuando hablé con él por teléfono me dijo que se llamaba Carlos-, respondió la mujer a la vez que levantaba los hombros.
Vaya, esto estaba estropeando lo planeado. Alguien se había adelantado. Y la primera persona que le vino a la cabeza fue Ricardo, ¡ese sicario sin escrúpulos quería hacerse con el conjunto de las dos piezas! Y ya las tenía. Lo que significaba que o se quedaba con las dos cosas, o le ponía un nuevo precio “especial” a Aitor por ambas piezas...

¡Próximamente otra entrega de El Códice!

viernes, 29 de abril de 2016

El Códice. Parte III

La crónica la había contado el vendedor, al que siempre le gustaba adornar las ventas con alguna historia interesante y que no tenía por qué ser cierta.
La puja comenzó con varias ofertas de los asistentes por el Cáliz, pero conforme fue avanzando la sesión, se fueron echando atrás quedando solo Ricardo y Aitor. En el último empujón Ricardo consiguió dejar atrás a Aitor, consiguiendo la adquisición del vaso de plata. Cuando acabó la subasta, Aitor se acercó al nuevo propietario del Cálice y mantuvo una conversación con él. Era habitual que cuando no conseguía ganar la subasta, intentaba hablar con el ganador, si no le conocía, porque era la manera de tratar y de relacionarse con nuevas personas que se movían por el mundillo y de paso, intentar algún acuerdo para obtener la pieza perdida en la puja.
Aitor observó, durante la conversación, que Ricardo no era un erudito en la materia, por lo que consiguió convencerle de hacer un cambio, el Cáliz por una pieza de Aitor cuyo valor era inferior al Cáliz pero que no lo parecía absoluto. De paso, Ricardo le confesó que era un cazador y le enumeró todas aquellas antigüedades que había conseguido y era un curriculum realmente bueno. Así que Aitor posteriormente confirmó a través de diferentes contactos fiables que conocía, que efectivamente los trabajos que había realizado eran verdad. 
Así que se puso manos a la obra a estudiar cómo lo iba a hacer. Tenía que conseguir dos piezas, la primera y la más importante el Códice, la segunda y no menos importante la llave que abría las páginas del manuscrito. También tenía que tener en cuenta el conocimiento de las habilidades de Ricardo como cazador. Encargarle la obtención del Codex y de la llave no era buena idea. En todo caso le podría contratar una sola de ambas piezas ya que Aitor no quería que tuviese la posibilidad de abrirlo. Aquel momento lo quería solo para él, poder retirar la cerradura con la llave y poder destapar sus hojas, absorber todo aquel antiguo conocimiento que, durante tanto tiempo, había estado contenido en aquellos papeles ordenados y fijados a través de la encuadernación.
Por supuesto, a Aitor no se le pasó por la cabeza en ningún momento forzar la cerradura del manuscrito, ya que eso sería dañar tan valiosa pieza. El conjunto del Códice y de la llave la respetaría pues al final, ambos, aunque elementos diferentes, pertenecían al mismo conjunto con la misma historia y era ese conjunto el que precisamente daba el valor completo a la obra.
Decidió, por tanto, encargarle la obtención del Codex a Ricardo y él se encargaría de conseguir la llave. La llave era lo más complicado, ya que el manuscrito, según el Huraño, estaba en manos de Niklas Kloner. La llave sin embargo no sabía dónde estaba. Pero sí sabía dónde podía estar. Aitor empezaba a pensar que el Códice no duraba mucho en las manos de sus propietarios porque probablemente lo podrían haber abierto con la llave y, al leerlo, destapaban todo el potencial que tenía el manuscrito haciéndoles perder la cabeza por su codicia, inflada por el valor inmenso que poseían las palabras contenidas en aquellas tapas de cuero marrón oscuro. Por tanto, deducía que, Niklas al llevar tanto tiempo con el Codex, no tendría la llave, lo que trasladaba su atención hacia el anterior propietario a Niklas, el cuál desapareció al poco de adquirir la pieza. Era un buen comienzo para empezar la búsqueda de la llave...

¡La semana que viene publico otra entrega de El Códice!


jueves, 21 de abril de 2016

El Códice. Parte II

La última información que el Huraño sabía es que lo poseía un austriaco, un tal Niklas Kloner, accionista principal de la empresa petrolera más grande del mundo, así como creador de la empresa Biometrics Corp dedicada a la curación de enfermedades mediante el uso de virus modificados genéticamente. Un gigante en su sector.
Pero lo más curioso era que el austriaco llevaba mucho tiempo con el Códice, bastante más que cualquiera de sus antecesores, lo que hacía sospechar al provecto hombre de que Niklas estaba siendo excepcional en ese sentido. 
Aquella información caló hondo en Aitor, tanto por la incógnita de por qué el Codex duraba tan poco tiempo en manos de sus dueños, ya que los amantes de las antigüedades solían adoptar cada una de sus piezas como un pequeño tesoro y no se separaban de ellas salvo fuerza mayor. 
Lo que no sabía era lo especial que se veía cuando lo tenía delante, sobre la mesa. Ricardo había cumplido su parte. El manuscrito era voluminoso, tenía una encuadernación elegante, con tapas gruesas recubiertas de cuero marrón oscuro con los bordes revestidos con un marco metálico, cuyo uso después de tantos años había conseguido apagar cualquier brillo del metal. Las tapas venían con incrustaciones en las esquinas de piedras rubís con un color granate profundo que, a través de cuero más oscuro todavía que el usado para la encuadernación, conectaba con el centro de la tapa que quedaba rematada por una turmalina negra cuyo color opaco hacía que el conjunto ganase fuerza, pero una fuerza sombría. Se fijó en el lateral, por donde se abrían las páginas, y comprobó el estado de la cerradura que unía ambas tapas del códice y que no permitía abrirlo. Estaba en perfectas condiciones, lo que le confirmaba que nadie había podido leer sus páginas. Escrutó minuciosamente, a través del canto del manuscrito, que no hubiese hojas arrancadas. Acarició el Códice. 
Para poder conseguirlo partió de la información suministrada por el Huraño y comenzó a investigar. Habló con varios cazadores y ninguno de ellos ni conocía el Códice, ni tenía ni idea de cómo encontrarlo. Hasta que coincidió con Ricardo en una subasta en la que se vendía una pieza importante, el Cáliz del Olvido, realizado con plata adornada por varios rubíes espinelas de color rojo profundo rodeando su contorno, y que acompañaban a la perfección a los detalles labrados en el metal precioso. Aquel Cálice brillaba, tanto por la superficie de la plata, como por las piedras que la decoraban, de una manera intensa. Aitor lo observaba maravillado, era un enamorado de las antigüedades.
Le llamaban el Cáliz del Olvido, porque por lo visto según contaba la historia, aquel que bebía de él perdía todos los recuerdos, se convertía en un amnésico permanente. Su creador fue un eclesiástico que, apelando al poder del Señor, pedía una solución para la situación del reino en el que vivía. Era inestable y peligroso. Se había enterado de un posible levantamiento contra el Rey a través de un monaguillo cuyos oídos finos habían captado una conversación muy importante en la que se desvelaban los planes del hijo del Rey, cuyo odio contra su progenitor no tenía límite, con objetivo la muerte del monarca. El clérigo, conociendo los poderes del Cáliz, consiguió que el sucesor del Rey bebiera, tentado por probar el sabor del mejor vino del continente, y no hubo mejor limpiador de recuerdos que el vaso de plata, aunque con la cantidad de vino que se bebió quizás no habría hecho falta poder secreto alguno. De este modo, consiguió salvar al Rey de una muerte a manos de su hijo. Nunca supo las intenciones de su descendiente y su pérdida de memoria se achacó a una enfermedad desconocida. Si el Rey se hubiese enterado de la causa de la muerte de sus remembranzas, el Clérigo sabía que le habría hecho beber vino en cantidad igual a su peso, que no era poco. Tampoco era poco bebérselo de un trago gracias al embudo que le habría introducido en la boca. Se habría inventado el embutido de vino...

¡La semana que viene publico la siguiente parte de El Códice!

lunes, 11 de abril de 2016

El Códice. Parte I

En esta ocasión, la historia se ha dividido en partes ya que su longitud excede lo habitual. La semana que viene se publicará la siguiente entrega.

Ricardo se acercaba con él. Lo dejó encima de la mesa mientras Aitor lo examinaba. Llevaba mucho tiempo esperando aquello. Muchas horas de estudio, muchas horas para localizarlo, muchas horas para conseguirlo. Y ahora lo tenía delante. Era un momento especial y muy transcendental. Le dedicó un momento a observarlo. Era el Codex Cardan. Un códice al que la historia no le había dado la importancia que merecía, quizás por el desconocimiento de su contenido y porque apenas era conocido. A lo largo de la historia había permanecido oculto pasando de unas manos a otras, pero en ninguna ocasión llegó a ser leído. 
Aitor, un experto en piezas históricas, tuvo conocimiento del manuscrito en una fiesta privada a la que asistieron múltiples personalidades relacionadas con las antigüedades, así como vendedores y “cazadores”. Los cazadores eran personas a las que se les encargaba la búsqueda de reliquias o antigüedades y de los cuales era mejor no saber cómo lo conseguían, ya que en muchas ocasiones realizaban su trabajo exitosamente cuando las probabilidades de que pudiesen encontrar el objetivo del encargo fuesen prácticamente nulas. 
En aquella fiesta asistió una persona muy especial, conocido por todos en el mundillo como “el Huraño”. Era un hombre mayor de pelo cano y barba poblada e hirsuta. El apodo se lo había ganado porque pasaba grandes temporadas enclaustrado en su casa, dedicando horas y horas de estudio a la historia de muchas reliquias o antigüedades poco comunes. Pocos habían entrado en su morada pero aquellos que lo habían hecho coincidían en la magnificencia de la biblioteca de la que disponía, paredes altas forradas enteramente por libros y tomos, en su mayoría antiguos, en los que era necesario dedicar una vida entera para poder leer gran parte de ellos. Tenía, por tanto, un vasto conocimiento en la materia y un reconocimiento de su sabiduría por parte de todos aquellos que le conocían. Pero aquel reconocimiento había caído en los últimos años, no por dudar en absoluto de su recorrido a lo largo de su vida, sino porque la edad, según muchos, le traicionaba la cabeza y su fiabilidad había caído en picado. El respeto que todos tenían por él hacía que el provecto hombre no supiese tal circunstancia, hecho ayudado por la amabilidad y cortesía que todos tenían con “el Huraño”.
En la mencionada fiesta, Aitor se acercó al hombre mayor y le preguntó qué tal sus últimas investigaciones. Este le comentó sobre un retablo del siglo XV al que había perdido la pista, sobre una reliquia de Isaías, uno de los profetas de Israel, consistente en el prólogo del libro que llevaba su nombre y en el que se explicaban determinados argumentos que podían cambiar el significado de determinadas partes de dicho libro. También mencionó sobre un hallazgo suyo, un códice del cual nunca había oído hablar, el Códice Cardan, escrito en el siglo XIII por un tal Kells, persona desconocida de la época. Por lo visto, el Codex había alcanzado un precio desorbitado dentro de las esferas más selectas y escondidas de arte antiguo. Pero quizás lo más curioso del manuscrito es que no llegaba a permanecer demasiado tiempo con ninguno de los propietarios que lo adquirían, lo que aumentaba su precio debido a que, al poco tiempo de tener dueño, este desaparecía o fallecía en circunstancias extrañas, desapareciendo, al poco, el preciado manuscrito hasta que otro nuevo propietario se volvía a hacer con él...

viernes, 25 de marzo de 2016

Estrellas

Elías notaba el frío de la piedra al sentarse. Había bajado la temperatura bastante, pero solo lo notaba en el aire que acariciaba su cara ya que su cuerpo estaba bien abrigado. En donde estaba situado veía, desde la oscuridad, la luminosidad de la ciudad que denotaba actividad a esas horas de la noche. Los faros de los coches en movimiento trazando vivas líneas de colores, edificios altos de cristal que probablemente pertenecerían a empresas y cuyos cuadrados encendidos, mostraban que a esas horas todavía había trabajo por delante y luces de tiendas que indicaban que por la noche no se dejaba de comprar.
Todo aquello contrastaba con las vistas que, más a su derecha y al horizonte, manifestaban tranquilidad. La tranquilidad que le transmitía el brillo de las estrellas sobre el fondo azul oscuro. Su colocación no parecía obedecer a ningún patrón, pero sí es cierto que, cuando su mente trabajaba en conjunto los astros, podía distinguir formas conocidas. Todo desde la oscuridad que le brindaba la cima de aquel montículo escarpado que permitía tan dichosas vistas. Le proporcionaba la tranquilidad que en momentos de desasosiego, como era el actual, necesitaba. Si las estrellas componían formas conocidas, ¿no podría ser que, quizás, intentasen contarle algo? Lo pensaba siempre que se sentaba en aquella piedra pero no sabía cómo entenderlas. Su padre, cuando era pequeño, le dijo una vez, —las estrellas se sitúan en lo más alto para que las puedas ver— a lo que él respondió, — ¿y para qué las quiero ver?—. Él sonrió y le dijo, —porque de todo lo que ves has de aprender y el aprender te hará entender. Fíjate en el mundo que te rodea, porque las cosas siempre quieren contarte algo que puedas aprovechar—, y aquello le abrió un mundo nuevo de inquietud y curiosidad. Desde entonces se fijaba en multitud de cosas, de todas aquellas de las que pudiese extraer algo. Y de todas esas cosas, las estrellas siempre le habían llamado más la atención que cualquier otra. Pero a diferencia de las otras, de las que conseguía aprender o de las que comprobaba que no le aportaban nada, con los astros ni conseguía nada, ni podía comprobar que no tenían nada que ofrecerle, y era debido a que no conseguía descifrar su mensaje. El brillo, el color, la disposición, todo formaba un mensaje.
Se hizo astrónomo y le encantaba la carrera, su profesión, pero, a pesar de haber aprendido el funcionamiento de las estrellas, las teorías de su origen y su comportamiento, era un conocimiento que no le había ayudado a desvelar el secreto que había detrás de ellas.
Mientras contemplaba los astros, de repente, estos comenzaron a moverse lentamente. Cada uno en una dirección diferente, en un sentido diferente. No daba crédito a sus ojos, aquello era prácticamente imposible de que sucediera, ¡todas las estrellas se estaban desplazando a la vez! Pero en su movimiento parecía haber cierto orden, cierta armonía que comunicaba que se movían como un conjunto a pesar de que cada una tomase una dirección diferente. Elías comenzaba a encontrarse mal, lo que maldecía por estropearle un momento tan mágico como el que estaba viviendo. Poco a poco, algunos de los astros luminosos, iban llegando a su destino ya que se iban parando. Elías volvía a maldecir porque cada vez se encontraba peor, se estaba poniendo malo por momentos, muy enfermo, pero no podía dejar de mirar el espectáculo tan maravilloso que estaba presenciando. Aquellos puntos luminosos iban tomando posiciones y se podía ir dilucidando una forma que, al estar incompleta, Elías no conocía todavía su significado, pero que su subconsciente le decía que podía ser algo legible, algo cognoscible. En ese justo momento notó como su corazón se paraba, no se lo podía creer, tanto el que no estuviese asustado por estar más cerca de la muerte que de la vida, como que le estuviese pasando ahora. Notaba que no le quedaba casi tiempo de vida. Pero al seguir observando aquel paisaje astronómico, a pesar de notar el aliento de la muerte, ¡todas estrellas se habían colocado por fin¡ Aquello...aquello...¡aquello era maravilloso! ¡Entendía el mensaje! Los astros se lo estaban comunicando mediante el dibujo de una fórmula matemática, quizás el único medio mediante el cual él podía entender un mensaje de tal envergadura e importancia. Se le empezaban a cerrar los ojos, pero ya daba igual porque ya sabía el mensaje. Por fin, podría descansar en paz. No podía parar de ver, aún con los ojos cerrados, la fórmula que explicaba el funcionamiento de toda la tierra, de todos los planetas, de todas las estrellas, de todo el universo, y ahora sabía, por fin, que, al probar muchas variables sobre la fórmula, comprobaba que la vida es un ciclo, un ciclo que se repite una y otra vez en el que la variable más importante es la felicidad, el motor de nuestras vidas, que nos hace avanzar hacia delante pero no nos deja disfrutar de nuestra existencia por la continua búsqueda de esa felicidad. La tenemos al alcance de nuestras manos y buscamos más lejos de donde está. Solo tenemos que abrazarla para darnos cuenta del don de la vida, para conseguir el objetivo de vivir.
Elías dejaba este mundo tranquilo al haber conocido la verdad, el mensaje que llevaba toda la vida buscando y esperando, pero con la pena de no haberlo conocido con anterioridad para poder haber disfrutado de su corta existencia.
Lo último que hizo fue preguntarse si el mensaje se desveló antes de su muerte o si su muerte desveló el mensaje...
Y descansó en paz.

domingo, 13 de marzo de 2016

El Diario

Allí estaba pasando las hojas. Conforme las iba leyendo en su mente se iban reproduciendo las imágenes de todas aquellas palabras. Mucho más que palabras. Un pasado, una vida. Demasiadas hojas, demasiados sentimientos. La tristeza le invadía, todos aquellos recuerdos le hacían revivir situaciones en la que la felicidad era la ausente y la tristeza era su acompañante. Así día tras día en un túnel que parecía oscuro, largo, casi infinito. Páginas y páginas de dolor escritas por una vida que eligió por él. Él solo pudo levantar un muro, aislar sus sentimientos y esperar, esperar a que aquella construcción aguantase los embates que la desgracia lanzaba con todas sus fuerzas. Su entrada solo podía provocar dolor y una herida que cada vez se hacía más grande. Cada vez que el muro era reconstruido, un nuevo golpe lo tiraba de nuevo y la cicatriz, todavía trabajando, era destruida haciendo pedazos de nuevo sus sentimientos. 
Al final del diario, aquellas hojas dieron paso a otras en donde las palabras reflejaban el encuentro con una felicidad que no había conocido nunca, algo nuevo, algo que debía disfrutar al máximo pues no sabía cuánto iba a durar. Pero aquellos muros levantados no podían desaparecer, en cada embestida en la que la infelicidad consiguió entrar, y una vez se iba, dejando un alma desolada, el muro se reconstruía con unas paredes más altas, más gruesas y más fuertes. Eran infranqueables, irrompibles e indestructibles. 
Al finalizar de leer todas aquellas palabras que le habían mostrado su mundo vivido, se dio cuenta de que el diario le enseñó que la desgracia le apaleó y, cuando esta desapareció, cuando podía haber abrazado la dicha y haber curado su alma, era él mismo el que no dejó paso a aquello que deseó y ansió toda su vida. Ser feliz.

miércoles, 9 de marzo de 2016

El Maletín

Le llamaban Diablo. El mejor espía de todos los tiempos. Hay quién dice que siempre ha tenido algo de maligno, de Satanás en su mirada, en su manera de hablar, en sus gestos y en su manera de hacer. Tal es su influencia actualmente, que hasta las altas esferas empiezan a tenerle miedo. Hasta el punto de no saber qué es peor, si tenerlo de amigo o de enemigo.
Sus inicios no son claros, ya que las personas que lo vieron nacer han muerto, pero las habladurías dicen que se crió en un orfanato de monjas, muerto su padre y abandonado por la madre. Quizás llevase la semilla del mal desde su nacimiento ya que su padre fue uno de los asesinos en serie más temibles de la historia, abatido a tiros, más por la justificación de aniquilar a un monstruo que por cualquier otra causa. 
El chiquillo era muy introvertido pero demostraba grandes habilidades en casi todos los campos intelectuales. Gran estratega decían las monjas, sobre todo para conseguir fugarse una y otra vez del orfanato. En eso no fallaba. Conforme se hizo un poco más mayor, su inteligencia se había desarrollado de manera desmesurada, hasta tal punto que los servicios secretos ya le estaban vigilando para captarle en cuanto tuviese la edad reglamentaria. Era perfecto, inteligente, grandes dotes de estrategia y sin nada ni nadie que perder. Si se moldeaba desde el principio se podía llegar a conseguir un agente excepcional. Y lo mejor de todo es que él estaba totalmente de acuerdo.
Comenzó su carrera, como es de esperar, desde abajo, aprendiendo todos los secretos de la profesión a través de un tutor, un espía veterano, de los mejores, que veía en el chico un grandísimo sucesor suyo. A partir de ahí le fueron introduciendo en pequeñas operaciones de infiltración sin mucho riesgo y, al comprobar que se le quedaban pequeñas, se le asignaron misiones más importantes. Poco a poco iba adquiriendo su propia personalidad, muy agresivo en la manera de llevar a cabo el trabajo, pero muy eficaz. Le gustaban los trajes negros combinados con camisas de color rojo intenso, rojo sangre y siempre con el cuello desabrochado. La eficacia en el éxito de sus misiones era bastante elevada, lo que hacía ganarse el beneplácito de sus superiores para tener una mayor libertad en el modo de ejecutar sus acciones. 
Todo cambió el día en que se hizo con el maletín, un maletín negro. Si sus estadísticas eran buenas, estas pasaron a ser extraordinarias y muchos lo asociaron con el maletín. Lo sorprendente no fue solo eso, sino que además de su capacidad de resolución, era que había conseguido reducir en más de la mitad la duración de las misiones. No sólo había mejorado su tasa de éxito, sino que también había mejorado su eficacia. Era el agente diez. Bueno, para algunos era el agente 666. O el agente Diablo. O directamente el Diablo. Este apodo se lo fue ganando con el tiempo, conforme diferentes agentes iban averiguando su modus operandi para poder copiarlo, pero al final todo se reducía al maletín. Era un maletín realmente misterioso. Diablo conseguía acercarse a los objetivos ganándose su confianza poco a poco hasta que, llegado el momento crítico en el que existía el riesgo de que esa confianza se pudiera romper en beneficio del éxito de la misión, entonces sacaba el maletín. Lo situaba delante del objetivo y lo abría ante la mirada atónita del mismo. Entonces los papeles cambiaban, ahora era Diablo quien estaba por encima del objetivo y este haría todo lo que quisiera el agente 666. El ritual se repetía una y otra vez, abría el maletín y la persona que lo veía caía rendido a sus pies. Y la pregunta, claro, era, ¿qué contiene el maletín? Pregunta sin respuesta. Nadie lo sabía. Y era imposible saberlo, aunque esto no es del todo correcto. Aquellos que intentaban saber su contenido acababan sabiéndolo, pero acababan bajo la influencia de Diablo una vez lo veían, lo cual conseguía cerrar el secreto para aquellos que no lo habían visto. 
La única explicación increíble pero válida, fue contada, curiosamente, por un agente al que llamaban Ángel. Después de haber rastreado todos los casos de Diablo, habérselos estudiado hasta el más mínimo detalle, e incluso de estar delante de la apertura del maletín, pero sin ver su contenido, su conclusión fue sorprendente. El maletín no contenía nada. Eso sí que era revelador, tanto trabajo para eso. Tanto misterio, tanto secreto, tanto enigma y tanta intriga para tal desenlace. Menudo fiasco. Claro, tal y como decía Ángel a todos, -Peculiaridad del ignorante es responder antes de oír, negar antes de comprender, y afirmar sin saber de qué se trata -, haciéndose eco de la frase célebre, -La verdad de todo esto no es lo que contiene el maletín, si no su interpretación- dijo a continuación, pero todo el mundo seguía sin entender, así que dejó la siguiente cuestión en el aire, -¿Qué puede ser más poderoso que la interpretación de las ambiciones de los hombres y las mujeres?- y al ver que el desconcierto continuaba, para dejarlo claro, sentenció con la siguiente pregunta, -¿Qué hombre o qué mujer diría que no a su mayor ambición o anhelo?

martes, 23 de febrero de 2016

Francotirador

Elías pasa el dedo por encima de la foto mientras la mira y nota cómo los ojos comienzan a picarle. La guarda como puede, ya están ahí y él está solo pero se ha preparado. Agarra el rifle y comienza a apuntar. Observa que vienen unos cinco, podrían ser un pelotón perdido, que van buscando la base, o simplemente están de misión. Pero eso se ha acabado. Les controla mirando a través de la mira telescópica, mientras el paisaje les hace de cobertura. La calle inundada de escombros, y cuyos edificios no son más que formas aristosas y de apariencia fantasmagórica, retales de un esplendor anterior y cuya diversidad de colores se ha visto reducido al más absoluto gris, dificulta la localización de los soldados contrarios. Pero por ahora los tiene controlados, la azotea del edificio le permite tener una visión global del desplazamiento estratégico de sus enemigos. Tres se quedan apostados al comienzo de la calle, uno vigilando la retaguardia y los otros dos cubriendo a los que continúan avanzando. De vez en cuando, dan un repaso hacia arriba para intentar descubrir algún francotirador, pero a él no le van a descubrir. Por ahora. 
Los dos soldados avanzan con sigilo por cada lado de la calle y no saben que se están acercando a la trampa. Elías pasa la mano por encima del bolsillo del pecho que contiene la foto y la lleva hasta el gatillo, lo acaricia, se concentra, su instinto ahora tiene el control, así no piensa, no quiere darse cuenta de que va a volver a matar, aguanta la respiración de manera automática y dispara. Consigue detonar la carga que había colocada en mitad de la calle, camuflada entre los escombros, haciendo que los soldados desafíen las leyes de la gravedad. 
Entonces piensa, «dos veces más lejos de mí, dos veces más vivo», no sabe si lo uno compensa a lo otro. Mientras, pivota el rifle hacia los tres restantes y, aprovechando su desconcierto, pone a uno de ellos en la mira, vuelve a aguantar la respiración y aprieta el gatillo con la mala suerte de que la explosión anterior hace caer un trozo pequeño de fachada sobre una carga remanente de batallas pasadas, que produce una segunda explosión en el momento del disparo. Falla. Mala suerte. El enemigo se da cuenta del disparo fallido y calcula la zona aproximada de donde ha venido. Le está buscando con su automática. Mierda. Le toca descubrirse, así que le vuelve a apuntar antes de que él le pueda localizar, le busca la cabeza y la encuentra. Cae como un muñeco y sus compañeros comienzan a dispararle porque han visto de dónde ha salido el tiro. Elías se esconde y el rifle con él, «una vez más lejos de mí, una vez más vivo» se repite. Por cada bala suya que da en el blanco su corazón recibe otra. Ciento cincuenta y siete balazos en pleno corazón, capaz de reventar cualquier músculo cardíaco. Pero el suyo no. El suyo sigue funcionando alimentado por el odio, odio producido por el dolor. Pero su alma se resquebraja, pierde humanidad a cada muerte que colecciona. A cada vida que destruye crea más dolor y sufrimiento. Pero el odio es un combustible que nunca se acaba y por eso seguirá apuntado y disparando a su corazón una y otra vez más. Los ojos le empiezan a lagrimear. No se lo puede permitir, necesita una vista nítida y limpia, así que vuelve a dejar que su instinto tome el control.
Espera detrás del muro bajo de la azotea a que los disparos cesen. Entonces empieza a calcular el tiempo, sabe con toda probabilidad que se van a dirigir a la entrada para poder llegar a él, así que solo tiene que cronometrar el tiempo que tardan en llegar desde donde están, teniendo en cuenta las paradas de cobertura para protegerse. Después, darle a los explosivos que tiene preparados, así que tantea el detonador y lo activa. 
La carga explota y escucha gritos. Ha acertado. Se asoma y mira pero no ve nada más que escombros en la entrada. Confía que uno haya caído. Ahora se dirige hacia el casetón de cubierta, única entrada hasta la azotea, donde se sitúa en uno de los laterales escondido. Solo le queda esperar con la pistola en la mano a que abran la puerta. Observa su placa cómo cuelga y su nombre grabado, Elías. Sabe que significa “Mi Dios es Yahvéh” del nombre hebreo. Lo que no supieron sus padres es que acertaron con el nombre. No porque crea en Yahvéh, ya que su Dios es su rifle Ballista, si no porque tiene fe igualmente. Fe en la muerte. 
Todo sucede muy rápido, escucha cómo se abre la puerta de una patada, se asoma un poco y ve cómo el soldado cae al suelo de bruces y su pistola resbala por el suelo, el hilo tensado por la apertura de la puerta ha hecho su efecto. Se contiene un instante para comprobar que el compañero no está y se tira encima suyo en el momento en el que se da la vuelta boca arriba. Entonces Elías le apunta con la pistola a la cabeza y ve cómo al soldado le invade el miedo e intenta agarrarle el brazo para apartar el arma. Elías aprieta el cañón contra su frente y duda un instante. Ve el terror en el soldado. No quiere matarle. Ve a su hijo, en mitad de la invasión enemiga, cómo una bala le alcanza la espalda y cae. Después, su hijo en una silla de ruedas. Ahora quiere matarle. El odio le invade, llora porque se debate entre su humanidad y la venganza. 
Le tiembla la mano y dispara. 
Se hace el silencio. 
Contempla cómo la expresión de miedo del enemigo se diluye, su cuerpo se relaja y queda una máscara con un agujero en la cabeza. Elías se da cuenta de lo que ha hecho y no sabe si quería hacerlo o no. 
«Una vez más lejos de mí, una vez más vivo», piensa. 
Vuelve a ver a su hijo cuando se despidió de él y de su mujer, - Papá, no vayas, sólo crearás más dolor, harás daño a más gente, ¡ya basta! – le dice enfadado. Pero él le contesta que tiene que proteger a la gente que quiere, a ellos. Dejarlo es permitir que vuelvan a hacer lo mismo. – Si te vas no quiero volver a verte – Sentenció su hijo. Entonces él le dio un beso y un abrazo de despedida y se fue.
Deja caer la pistola, se derrumba y llora. El rifle siempre le ha permitido llamar a la muerte a distancia, sin ver su cara directamente, siempre escondido, un muro, unos escombros, unas barricadas, da igual, siempre detrás de algo que le impedía entender el alcance de sus actos. La pistola se lo ha mostrado. Acaba de ver el dolor que es capaz de generar. A los demás y a los suyos. Ya no le queda un ápice de aquella humanidad que tenía y que ha ido destruyendo con cada bala que añadía un cadáver más en aquella pila de muerte, solo producida por un monstruo. Él.
Coge la pistola, se la mete en la boca y piensa «Una vez más lejos de mí, una vez más vivo» y escucha el sonido de su propia muerte.

domingo, 7 de febrero de 2016

Arcones

Un bar. Una canción. Y mil recuerdos. Aquella cerveza fría tenía un sabor intenso, delicioso, con toques de añoranza mezclados con un poco de melancolía y remembranza. Potenciaba lo que recibía del exterior. Aquellas notas le imprimían una sensación de euforia, fuerza interior y aquel lugar le devolvía imágenes escondidas en los arcones de sus recuerdos. Reminiscencias de tiempos mejores, de tiempos en los que los sentimientos, las sensaciones, invadían su cuerpo por completo inyectándolo de una energía inagotable. Muchos actos poco meditados, improvisados que ofrecían parte de riesgo, de emoción, que alimentaban la adrenalina que corría por sus venas y le hacían totalmente invencible. La adolescencia y la juventud, tiempos idealistas, buenos, malos y turbulentos, ignorantes del futuro pero intensos en el presente. Tiempos vividos. Tiempos pasados.
Dio el último trago y se marchó.

miércoles, 27 de enero de 2016

La Foto

Está enfrente del ordenador y no hace más que mirar la imagen que tiene en su pantalla. Es simplemente la foto de una mujer de edad un poco avanzada en medio del campo en un día muy soleado. Pero es que esta foto tiene más colores que un arcoíris. Y los colores están ahí por una razón y él la sabe bien, así que continua observándola un rato hasta que sus ojos vuelven a mirar el cuadro que tiene en la pared. Aquel cuadro se lo había regalado una mujer, quizás a la única mujer a la que había querido nunca. Ese cuadro es la única prueba de ello. Aparecen dos barcas que navegan juntas en medio del mar, ayudándose una a otra con las redes de pesca. Sí, tiene un mensaje. Cuando ella se lo dio, él captó el mensaje en el momento, pero no le dijo nada hasta un pasado un rato para que ella acabara preguntándole - ¿No te dice nada el cuadro o qué? –, esos momentos eran los mejores, en los que ella esperaba que él dijera algo pero él no lo decía. Hasta que le preguntaba, eso era mejor que el propio regalo, ver cómo empezaba a inquietarse, a mirarle fijamente como pensando «¿no se da cuenta?¿me lo va a decir o no?». Le gustaba jugar con ella en ese aspecto, ella no podía evitar ponerse nerviosa y él no podía evitar no ponerla nerviosa. Así era el juego. Ahora es la imagen del ordenador la que está jugando con él, esos colores no hacen más que moverse en su mente, combinándose unos con otros, separándose, agrupándose, deshaciéndose. Su mente trabaja rápido pero no lo suficiente. Se distrae en seguida con el cuadro de nuevo. El mensaje era claro, cuando hay dos, se ayudan mutuamente. Y ese era el caso. Ella fue muy comprensiva con él. Él no es un tío fácil y lo sabe. Está realmente enamorado de los unos y los ceros, y eso es muy difícil de compatibilizar con una novia. Le molesta salir de su universo binario, donde su computadora es su mundo, donde lo conceptual se hace real, donde siempre será un aprendiente. Pero con ella era diferente. Conseguía que su existencia cobrase sentido fuera de unos píxeles y un teclado. 
La foto reclama su atención ya que cree ver el conjunto adecuado de colores. El orden es fundamental. Y cree que lo ha conseguido. Revisa mentalmente las posibilidades, rehace algunas combinaciones de colores para contrastar y voilá, ahí estaba. Lo tenía. Pero no la tenía a ella. Ella se tuvo que ir, se despidió de él y le pidió perdón, cosa que él no admitió, él no tiraba la toalla nunca, pero en aquella ocasión no tuvo más remedio y le pegó en todo su corazón acorazado. Pocas cosas le han tocado tanto como aquello. No hubo posibilidad de elección, nunca hubo un uno, siempre fue un cero. El cáncer, sentenciador silencioso, verdugo manifiesto. Lo hace por ella. Ha derribado el muro de colores. Tiene el código. Comienza a teclear, las líneas se suceden en la pantalla con un mensaje que él entiende perfectamente. Pulveriza todo aquello que se opone a él, entra donde no debe, introduce la llave, el código y voilá, ahí estaba. Comienza a descargar el archivo. Nunca reza pero esta es la ocasión perfecta para empezar. Si no lo baja rápido le cortarán la descarga. Siempre se ha preguntado si la gente reza por miedo o por fe. Él no reza, pero alguien ha escuchado sus plegarias no realizadas y el archivo ya lo tiene en su ordenador. Lo graba en un disco duro portátil y desenchufa el ordenador. Enciende el ordenador alternativo, se conecta por otra vía y comienza a subir el archivo. Ya no lo pueden evitar. Ha colgado el archivo y voilá, ahí estaba. Acaba de tirar millones y millones de euros por el retrete. Bueno él exactamente no. Fueron ellos los que empezaron. Él avisó, y el que avisa no es traidor. Pero se creen intocables. Hasta que alguien les toca. Mejor dicho, les peta. Y ese sí que ha sido él. Para que la gente tenga la posibilidad de decidir entre cero y uno. La cura del cáncer ya no estará más en manos privadas. Es lo que tiene la red, el poder que te da no es a base de dinero. El poder que te da es para destruir el dinero.

martes, 19 de enero de 2016

Contra El Mundo

Echaste la mirada atrás,
Parte de una vida concluida,
Parte de un camino realizado
Del que jamás te arrepentirás.
Un camino siempre de ida
Que nunca has abandonado
Y por el que jamás volverás,
Con un objetivo que no cejarás.
Aunque vayas contra el mundo,
Siempre fuerte, siempre convencido,
Y grabado en lo más profundo
Obtendrás como merecido
Lo que buscabas del mundo,
Grita lo que has obtenido
Porque cuando te lo quitaron
Lloraste lo perdido.
Estás en el camino que nadie elije,
Estás en la senda que nadie entiende,
Quizás porque nunca te lo dije,
Quizás porque nadie comprende
Que escogiste el camino complicado,
Aquel sendero angosto y empinado
En el que solo te quedaste
Y durante tiempo rolaste
Hasta que encontraste una salida.
Sigue luchando,
Sigue avanzando
Porque eso es la vida,
Que nadie te tire
Que nadie te tumbe
Sigue y que se retire,
A nadie le incumbe
Que nadie te mire
Por hacer diferente
De lo que hace la gente.
Aunque vayas contra el mundo,
Siempre fuerte, siempre convencido,
Y grabado en lo más profundo
Obtendrás como merecido
Lo que buscabas del mundo.



jueves, 7 de enero de 2016

Sacrificio

Iba absorto en sus pensamientos en medio de la noche, una noche fría y desolada. Caminando a través de la calle, la niebla caía levemente, pero lo suficiente como para notar cómo penetraba la ropa y llegaba hasta sus huesos. Intentaba no hacer mucho caso del frío pensando en la conversación que había tenido con el Doctor. Aquello era realmente sobrecogedor, ¿cómo alguien puede levantarse y andar mientras está dormido? Aquello sin lugar a dudas era una especie de milagro con un toque diabólico. Según contaba el Doctor, aquellas personas parecían estar en trance, ordenadas por algo o por alguien, en aquellos movimientos lentos y pausados. Por lo visto no era recomendable despertarles porque les podría quedar secuelas, o incluso peor, no salir de aquel trance. Estaba claro que lo oscuro siempre iba a estar presente en este mundo, desde los inicios hasta ahora, iniciado el siglo XIX, y hasta el fin. 
Algo lo sacó de sus pensamientos, un ruido poco perceptible llegó hasta él desde más avanzada la calle. La niebla y la oscuridad de la noche no le permitían ver a mucha distancia, lo que le impedía saber qué había producido aquel ruido. Se estaba empezando a inquietar, y gran parte de la culpa la tenía el Doctor con sus historias de personas en trances satánicos.
Poco a poco, más adelante, iba visualizando lo que parecía un bulto sobre el adoquinado. Conforme se iba acercando cada vez más, iba distinguiendo lo que parecía un cuerpo sin vida. Se paró y empezó a mirar en todas direcciones, no sabía qué hacer. Se acercó más. Quizás esa persona necesitara ayuda, o quizás ya no. La miró por un momento, estaba tumbada boca arriba, el rostro quedaba tapado por una boina que llevaba puesta y que, al caer, se le debió de girar hacia la cara. Era un hombre con ropas viejas y quizás algo mayor, según el aspecto de sus manos. Tendría que comprobar si estaba vivo o no. Según se estaba agachando para comprobar su pulso, de repente la mano de aquel hombre comenzó a moverse lentamente, lo que le hizo trastabillar del susto hasta caerse al suelo hacia atrás. Al incorporarse para ver qué estaba pasando, observó que el hombre se estaba levantando lentamente sin quitarse la boina de la cara, lo que le daba un aspecto temeroso. Él también se levantó, pero se quedó inmóvil una vez incorporado, no razonaba, su mente se había quedado bloqueada ante la visión de aquel hombre que, sin ver debido a la boina, se acercaba hacia él. 
Avanzaba lentamente pero con rumbo firme hasta que le agarró de las ropas. Él se intentó zafar pero no podía, el hombre demostraba fuerza. Él solo imaginaba qué podría haber detrás de aquella boina, ¿qué tipo de rostro?, ¿escalofriante?, ¿terrorífico? No necesitaba ver, ¿tendría entonces ojos?, ¿o quizás simplemente estaba exagerando? ¿Podría ser un soñador andante como los descritos por el Doctor? En ese momento decidió eliminar toda duda quitándole la boina de la cara. La imagen fue impactante puesto que aquel rostro era corriente, solo tenía los ojos cerrados, era la impresión de esperar algo horrible y contemplar algo normal. Aquello le confirmó que debía ser un soñador andante, entonces intentó despertarle, aún a riesgo de que se quedase anclado en el trance, mediante unas palmadas en la cara. Aquello sí que le produjo escalofríos por todo el cuerpo haciendo que su corazón latiese más rápido de lo normal. El hombre había abierto los ojos y eran todo negro, no se distinguía la esclerótica del iris. Aquel rostro había adoptado un aspecto totalmente maligno con una expresión relajada y ojos vacíos que no reflejaban ningún color. Estaba muy asustado, no sabía la intención del hombre hacia él, pero no parecían muy buenas. Intentó zafarse para poder huir y dejarle atrás, pero no podía, el hombre a pesar de que aparentaba ser mayor, tenía fuerza suficiente como para tenerle agarrado sin dejarle ir. Intentó velozmente hacer un repaso mental rápido de todas las cosas que le había contado el Doctor, a ver si podía recordar algo que le pudiese ayudar y en una primera pasada no localizó nada, pero en una segunda sí que se acordó de que el Doctor le comentó que al parecer, estas personas, visualizan un objetivo que tienen que realizar, quizás dictado por algo o por alguien superior, y hasta que no lo cumplen no vuelven a su estado de quietud. En ese instante sintió cómo impactó el puño del hombre en su mejilla. Cuando se quiso dar cuenta, estaba en el suelo tumbado, quizás por la inercia del golpe, y con parte de la cara la totalmente insensible. No sabía qué hacer, aquel hombre se acercaba lentamente. A él no le daba tiempo a levantarse y salir corriendo, estaba medio mareado del golpe y no se veía capaz de tener la estabilidad necesaria como para hacerlo. Se le ocurrió, a partir de lo que le contó el Doctor, que podría intentar una treta para acabar con la situación, así que fingió que se derrumbaba en el suelo y que se quedaba inmóvil. 
Después de un par de pasos ya no se escuchaba ninguno más, así parecía que se había parado. Esperó un poco más, no oía ningún ruido. Espero otro poco más, tampoco escuchaba nada, así que abrió los ojos e intentó dirigir la vista hacia donde estaba el hombre, intentando moverse lo menos posible. No entendía del todo lo que estaba viendo, el hombre estaba de rodillas, con los brazos en cruz y la cara levemente dirigida hacia arriba. Negaba con la cabeza algo, como si estuviese comunicándose con alguien, manteniendo su rostro inmutable. Aquel hombre, definitivamente, debía estar loco porque no encontraba explicación a su comportamiento. Pero aquel momento era idóneo, en el que el hombre estaba distraído, para intentar escapar ahora que se encontraba mejor del golpe. Se puso en pie y de repente la oscuridad disipó la poca luz que iluminaba la calle, escuchó un ruido seco, después otro grave mantenido cierto tiempo, para acabar nuevamente con otro seco y la luz volvió a su estado anterior. Él iba a salir corriendo pero la curiosidad pudo más por un momento, así que se volvió y vio al hombre tumbado en el suelo, como si alguien lo hubiera empujado hacia atrás, con los ojos cerrados. En aquel instante sintió pena por aquel hombre, a pesar de lo que le había hecho, ya que no tendría la culpa de ser un soñador andante, según el Doctor esa facultad no la eligen las personas, ella elige a las personas. 
A pesar de este último y raro acontecimiento, parecía que la treta había dado sus frutos. El hombre se había vuelto a quedar quieto porque había logrado su objetivo. Ahora tenía la duda de si el hombre realmente estaba dormido o muerto, ya que quizás estos hechos habían sido tan intensos que, en su trance, a lo mejor le había causado algún tipo de exceso en su cuerpo dejándolo sin vida. Lo meditó un instante y fue a comprobarlo. Parecía que la escena se volvía a repetir, él acercándose al hombre para comprobar su estado, pero en este caso era diferente, aquel hombre parecía haber sufrido algo grave. Según fue a cerciorarse, al igual que antes, el hombre se movió, pero esta vez más rápido incorporándose y atenazándole el cuello con ambas manos. Notó la fuerza del hombre sobre su garganta, el aire se cortó en seco, no podía respirar. El terror le invadía por completo, intentaba escabullirse golpeando sus brazos pero no conseguía disminuir la presión que le estaba quitando la vida. La sangre se le agolpaba en la cabeza y los ojos parecía que se le iban a salir de las órbitas. Poco a poco notaba cómo las fuerzas le iban abandonando, pero no el terror y el miedo que invadía su cuerpo. En su mente solo tenía impresa la imagen que estaba viendo, aquel hombre cuyo rostro había cambiado completamente y que ahora denotaba ira, odio y junto con aquellos ojos negros, una expresión completamente diabólica. Sería lo último que viera, notó cómo sus párpados cayeron dejándolo todo oscuro, dejándolo a él solo ante lo desconocido, solo ante la muerte. Sus pulmones se vaciaron por última vez y lo último que sus oídos escucharon fue una voz procedente del mismísimo averno que decía:

Gracias Señor Oscuro por lo que me has dado,
Acabo de completar mi primera parte
El resto vendrá según lo acordado
No me olvido de recordarte
De la importancia de lo sellado
Pues izaré tan anhelado estandarte…