domingo, 8 de enero de 2012

La Moneda


Me habían contado que en la tienda de Bernard por lo visto había cosas que podrían interesarme. Tenía un cliente muy bueno que, como todas las semanas, quería que le enseñara algo que le gustara. En la Plaza Mayor había mucha competencia y había que saber cuidar a los buenos clientes, esta semana él quería algo especial ya que tenía una visita importante y quería impresionarla. Siempre confiaba en mí y yo sabía lo que le gustaba. Eso me daba ventaja porque en este negocio las cosas no tienen precio concreto, sino lo que la otra persona quiera pagar, y si conseguía que se enamorara del artículo, tendría el negocio asegurado.
En la tarde fría y oscura del invierno ya la había localizado, era tal cual me la habían descrito, con el exterior de madera oscura con cristales que dejaban ver una iluminación escasa de diferentes lámparas situadas para iluminar los distintos objetos, escritorios diversos con adornos de taracea formando diferentes dibujos, otros con persianillas y con gavetas, también distintas lámparas, sillas de madera, unas ostentosas y otras simples, pero de formas bonitas y objetos diversos.
Entré deseando que tuviera lo que venía buscando. Era un olor muy peculiar y muy familiar para mí, el de una tienda de antigüedades. Según entré me dio la sensación de que habían aprovechado hasta el último rincón con cualquier artículo que cupiese. Me encontré con el dependiente que parecía el dueño de la tienda, un hombre mayor, con el pelo cano, gafas al límite de la nariz y una papada que hacía su barbilla sin fin y una chaqueta gris con la misma antigüedad que los artículos que vendía.
Me saludó con una voz casi salida del propio averno y le comenté mi búsqueda de una moneda antigua especial para un cliente especial. Aquellos ojos escondidos por la edad de repente aumentaron de tamaño apareciendo un brillo especial. Se fue a la trastienda. Parecía saber lo que quería.
Cuando volvió traía en sus manos muchas monedas metidas en una caja de metacrilato con una presentación impecable, sobre todo para un amante de la numismática como yo. Empecé a ojear con ansia para encontrar alguna diferente, pero entre las que había en la caja es cierto que había algunas realmente buscadas, pero no era lo que quería. Aparte, el dependiente también trajo una bolsita de Judas que se sacó del bolsillo de su chaqueta y la puso encima del mostrador. Me miró con el mismo brillo en los ojos que antes, luego miró la bolsita de Judas con una leve sonrisa en su cara, así que la cogí y la abrí. Dentro había lo que parecía una caja de cristal, y una vez la saqué, contemplé a través del vidrio una moneda de pequeño tamaño de lo que semejaba también cristal pero con un brillo mate, apagado. Nunca había visto monedas de este material. El dependiente se dio cuenta de mi desconcierto así que me aclaró que la moneda estaba hecha de sal, en concreto de Halita ó Sal Gema, cosa que no comprendí porque la sal no tiene valor o en este caso, menos de lo que pueda estar hecha una moneda de oro, de plata, de bronce ó cualquier otro metal ó aleación.
El anciano comenzó a explicarme que la sal en tiempos antiguos sí tuvo mucho valor como artículo de cambio, tanto porque el hombre necesita 1.500 miligramos para sobrevivir como porque es un conservante y un antibiótico. En la antigüedad muchos pueblos lo utilizaron como artículo de cambio, en casos, hasta se libraron guerras por el control de la sal.
Mientras, yo miraba la moneda con atención hasta que de repente me quedé cegado por un sol de gran intensidad, tenía que acostumbrar los ojos a la luz para poder abrirlos. No entendía nada y al poco conseguí ver.
Aquello me conmocionó, estaba en mitad del desierto a pleno sol delante de la construcción de lo que parecía una pirámide. Multitud de personas moviendo gigantescas piedras con cuerdas, otros transportando materiales y otros con direcciones diversas, todos ellos bajo la fuerza del gigante de fuego.
Me observé a mí mismo, estaba vestido de sacerdote sentado en un pequeño trono al lado de una persona realmente importante, de hecho, parecía un Faraón, quizás Zoser perteneciente a la tercera dinastía, seguramente, por sus vestimentas y adornos. Ambos estábamos sobre un pedestal de granito tallado con una escalera de acceso, lo que nos daba una perspectiva general de lo que pasaba a nuestro alrededor.
Al poco subió un soldado con un mensaje que me cedió a mí. Lo abrí y sorprendentemente comprendía todos aquellos símbolos. Lo leí en alto para que el Faraón lo oyese. Aquél contaba la existencia de un material con el que se podría hacer el símbolo.
Fueron pasando los días y seguía atrapado en aquella ficción tan real, siempre sabiendo lo que tenía que hacer de manera inconsciente e intuitiva que resultaba estar perfectamente acorde con las costumbres del pueblo Egipcio. Poco a poco me fui integrando en la dinámica de las actividades y aprendiendo cosas increíbles como la construcción de las pirámides.
La construcción de las pirámides era precisamente lo que estaba consumiendo una gran cantidad de recursos, aparte de que la moral del pueblo egipcio se iba evaporando poco a poco. Zoser, para contrarrestar esto, tenía la intención de hacer un símbolo de un material que representara a Rá, el Dios del Sol. Mandó a un contingente de soldados para que consiguieran ese material del que había oído hablar que tenía la maravillosa propiedad de emitir rayos de luz. Creía que eran pedazos del mismísimo Dios del Sol. Cuando aquel contingente volvió, llegaron con un pequeño pedazo de aquella sustancia. Habían cambiado todo aquello que se llevaron, parte de cosechas de guisantes, lechuga y lentejas.
El Faraón mandó tallarlo con la forma del sol, redondo, pero plano porque era solo una mínima parte de aquella masa ígnea. Su deseo también era imprimir su cara en uno de los lados, ya que él, como divinidad, en su representación, formaba parte de aquel pedazo.
Todo aquello dio lugar a la moneda, no llamada así por ellos, tallada en sal, material que los egipcios creyeron que en algún momento fue parte de Rá.
Todo aquel proceso, de principio a fin, llevó cerca de 9.125 soles, unos 25 años aproximadamente, momento en el cual, volví a aparecer en la tienda en la misma posición que estaba, observando la moneda que sujetaba con los guantes de lana. Me fijé en la cara, que me miraba a través de aquellos ojos ligeramente blanqueados por el tiempo, que parecía sonreír, seguramente porque se había dado cuenta de que quería aquella moneda.
Después de todo aquello comprendí el valor incalculable de esta pieza de sal, pero no entendí por qué el dependiente la vendía, puesto que yo no se la iba a vender a mi cliente. La moneda tenía un inseparable valor sentimental que no tenía precio.
El anciano puso una cantidad desorbitada y es que en este negocio mostrar las intenciones o los sentimientos te puede costar muy caro. Me había hecho con creces lo que yo pretendí hacer a mi cliente. Pagué y salí de la tienda rebosante de alegría por llevarme aquel inexplicable y misterioso artículo de sal.
Al volver a la calle, el frío del invierno hizo mella en mí, ya que me notaba de movimientos pesados, lentos y con poca agilidad.
Según me dirigía a casa, me invadían las ganas de volver a mirar la moneda para intentar desentrañar el gran misterio, que a pesar de su tamaño, contenía.
Cuando llegué, después de unas extrañas por fatigosas escaleras, abrí la puerta de la entrada, hice unos movimientos espasmódicos como si quisiera sacudirme el frío y me quité el abrigo para dejarlo en el perchero encastrado con el resto de los suyos. Tenía las manos heladas, así que los guantes seguirían haciendo su función un rato más. Miré la temperatura de la casa que estaba en el mando del termostato, al lado del abrigo recién colgado y marcaba una temperatura razonable. Saqué del bolsillo mi pequeño tesoro, lo observé durante un rato mientras me hacía mil preguntas hasta que me di cuenta de que estaría más cómodo en el sofá. Al dirigirme hacia el salón, pasé por el espejo del recibidor, en el cual me pareció ver algo raro, así que retrocedí para verlo mejor y aquello me heló la sangre. Había envejecido cerca de 25 años.

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