viernes, 25 de marzo de 2016

Estrellas

Elías notaba el frío de la piedra al sentarse. Había bajado la temperatura bastante, pero solo lo notaba en el aire que acariciaba su cara ya que su cuerpo estaba bien abrigado. En donde estaba situado veía, desde la oscuridad, la luminosidad de la ciudad que denotaba actividad a esas horas de la noche. Los faros de los coches en movimiento trazando vivas líneas de colores, edificios altos de cristal que probablemente pertenecerían a empresas y cuyos cuadrados encendidos, mostraban que a esas horas todavía había trabajo por delante y luces de tiendas que indicaban que por la noche no se dejaba de comprar.
Todo aquello contrastaba con las vistas que, más a su derecha y al horizonte, manifestaban tranquilidad. La tranquilidad que le transmitía el brillo de las estrellas sobre el fondo azul oscuro. Su colocación no parecía obedecer a ningún patrón, pero sí es cierto que, cuando su mente trabajaba en conjunto los astros, podía distinguir formas conocidas. Todo desde la oscuridad que le brindaba la cima de aquel montículo escarpado que permitía tan dichosas vistas. Le proporcionaba la tranquilidad que en momentos de desasosiego, como era el actual, necesitaba. Si las estrellas componían formas conocidas, ¿no podría ser que, quizás, intentasen contarle algo? Lo pensaba siempre que se sentaba en aquella piedra pero no sabía cómo entenderlas. Su padre, cuando era pequeño, le dijo una vez, —las estrellas se sitúan en lo más alto para que las puedas ver— a lo que él respondió, — ¿y para qué las quiero ver?—. Él sonrió y le dijo, —porque de todo lo que ves has de aprender y el aprender te hará entender. Fíjate en el mundo que te rodea, porque las cosas siempre quieren contarte algo que puedas aprovechar—, y aquello le abrió un mundo nuevo de inquietud y curiosidad. Desde entonces se fijaba en multitud de cosas, de todas aquellas de las que pudiese extraer algo. Y de todas esas cosas, las estrellas siempre le habían llamado más la atención que cualquier otra. Pero a diferencia de las otras, de las que conseguía aprender o de las que comprobaba que no le aportaban nada, con los astros ni conseguía nada, ni podía comprobar que no tenían nada que ofrecerle, y era debido a que no conseguía descifrar su mensaje. El brillo, el color, la disposición, todo formaba un mensaje.
Se hizo astrónomo y le encantaba la carrera, su profesión, pero, a pesar de haber aprendido el funcionamiento de las estrellas, las teorías de su origen y su comportamiento, era un conocimiento que no le había ayudado a desvelar el secreto que había detrás de ellas.
Mientras contemplaba los astros, de repente, estos comenzaron a moverse lentamente. Cada uno en una dirección diferente, en un sentido diferente. No daba crédito a sus ojos, aquello era prácticamente imposible de que sucediera, ¡todas las estrellas se estaban desplazando a la vez! Pero en su movimiento parecía haber cierto orden, cierta armonía que comunicaba que se movían como un conjunto a pesar de que cada una tomase una dirección diferente. Elías comenzaba a encontrarse mal, lo que maldecía por estropearle un momento tan mágico como el que estaba viviendo. Poco a poco, algunos de los astros luminosos, iban llegando a su destino ya que se iban parando. Elías volvía a maldecir porque cada vez se encontraba peor, se estaba poniendo malo por momentos, muy enfermo, pero no podía dejar de mirar el espectáculo tan maravilloso que estaba presenciando. Aquellos puntos luminosos iban tomando posiciones y se podía ir dilucidando una forma que, al estar incompleta, Elías no conocía todavía su significado, pero que su subconsciente le decía que podía ser algo legible, algo cognoscible. En ese justo momento notó como su corazón se paraba, no se lo podía creer, tanto el que no estuviese asustado por estar más cerca de la muerte que de la vida, como que le estuviese pasando ahora. Notaba que no le quedaba casi tiempo de vida. Pero al seguir observando aquel paisaje astronómico, a pesar de notar el aliento de la muerte, ¡todas estrellas se habían colocado por fin¡ Aquello...aquello...¡aquello era maravilloso! ¡Entendía el mensaje! Los astros se lo estaban comunicando mediante el dibujo de una fórmula matemática, quizás el único medio mediante el cual él podía entender un mensaje de tal envergadura e importancia. Se le empezaban a cerrar los ojos, pero ya daba igual porque ya sabía el mensaje. Por fin, podría descansar en paz. No podía parar de ver, aún con los ojos cerrados, la fórmula que explicaba el funcionamiento de toda la tierra, de todos los planetas, de todas las estrellas, de todo el universo, y ahora sabía, por fin, que, al probar muchas variables sobre la fórmula, comprobaba que la vida es un ciclo, un ciclo que se repite una y otra vez en el que la variable más importante es la felicidad, el motor de nuestras vidas, que nos hace avanzar hacia delante pero no nos deja disfrutar de nuestra existencia por la continua búsqueda de esa felicidad. La tenemos al alcance de nuestras manos y buscamos más lejos de donde está. Solo tenemos que abrazarla para darnos cuenta del don de la vida, para conseguir el objetivo de vivir.
Elías dejaba este mundo tranquilo al haber conocido la verdad, el mensaje que llevaba toda la vida buscando y esperando, pero con la pena de no haberlo conocido con anterioridad para poder haber disfrutado de su corta existencia.
Lo último que hizo fue preguntarse si el mensaje se desveló antes de su muerte o si su muerte desveló el mensaje...
Y descansó en paz.

domingo, 13 de marzo de 2016

El Diario

Allí estaba pasando las hojas. Conforme las iba leyendo en su mente se iban reproduciendo las imágenes de todas aquellas palabras. Mucho más que palabras. Un pasado, una vida. Demasiadas hojas, demasiados sentimientos. La tristeza le invadía, todos aquellos recuerdos le hacían revivir situaciones en la que la felicidad era la ausente y la tristeza era su acompañante. Así día tras día en un túnel que parecía oscuro, largo, casi infinito. Páginas y páginas de dolor escritas por una vida que eligió por él. Él solo pudo levantar un muro, aislar sus sentimientos y esperar, esperar a que aquella construcción aguantase los embates que la desgracia lanzaba con todas sus fuerzas. Su entrada solo podía provocar dolor y una herida que cada vez se hacía más grande. Cada vez que el muro era reconstruido, un nuevo golpe lo tiraba de nuevo y la cicatriz, todavía trabajando, era destruida haciendo pedazos de nuevo sus sentimientos. 
Al final del diario, aquellas hojas dieron paso a otras en donde las palabras reflejaban el encuentro con una felicidad que no había conocido nunca, algo nuevo, algo que debía disfrutar al máximo pues no sabía cuánto iba a durar. Pero aquellos muros levantados no podían desaparecer, en cada embestida en la que la infelicidad consiguió entrar, y una vez se iba, dejando un alma desolada, el muro se reconstruía con unas paredes más altas, más gruesas y más fuertes. Eran infranqueables, irrompibles e indestructibles. 
Al finalizar de leer todas aquellas palabras que le habían mostrado su mundo vivido, se dio cuenta de que el diario le enseñó que la desgracia le apaleó y, cuando esta desapareció, cuando podía haber abrazado la dicha y haber curado su alma, era él mismo el que no dejó paso a aquello que deseó y ansió toda su vida. Ser feliz.

miércoles, 9 de marzo de 2016

El Maletín

Le llamaban Diablo. El mejor espía de todos los tiempos. Hay quién dice que siempre ha tenido algo de maligno, de Satanás en su mirada, en su manera de hablar, en sus gestos y en su manera de hacer. Tal es su influencia actualmente, que hasta las altas esferas empiezan a tenerle miedo. Hasta el punto de no saber qué es peor, si tenerlo de amigo o de enemigo.
Sus inicios no son claros, ya que las personas que lo vieron nacer han muerto, pero las habladurías dicen que se crió en un orfanato de monjas, muerto su padre y abandonado por la madre. Quizás llevase la semilla del mal desde su nacimiento ya que su padre fue uno de los asesinos en serie más temibles de la historia, abatido a tiros, más por la justificación de aniquilar a un monstruo que por cualquier otra causa. 
El chiquillo era muy introvertido pero demostraba grandes habilidades en casi todos los campos intelectuales. Gran estratega decían las monjas, sobre todo para conseguir fugarse una y otra vez del orfanato. En eso no fallaba. Conforme se hizo un poco más mayor, su inteligencia se había desarrollado de manera desmesurada, hasta tal punto que los servicios secretos ya le estaban vigilando para captarle en cuanto tuviese la edad reglamentaria. Era perfecto, inteligente, grandes dotes de estrategia y sin nada ni nadie que perder. Si se moldeaba desde el principio se podía llegar a conseguir un agente excepcional. Y lo mejor de todo es que él estaba totalmente de acuerdo.
Comenzó su carrera, como es de esperar, desde abajo, aprendiendo todos los secretos de la profesión a través de un tutor, un espía veterano, de los mejores, que veía en el chico un grandísimo sucesor suyo. A partir de ahí le fueron introduciendo en pequeñas operaciones de infiltración sin mucho riesgo y, al comprobar que se le quedaban pequeñas, se le asignaron misiones más importantes. Poco a poco iba adquiriendo su propia personalidad, muy agresivo en la manera de llevar a cabo el trabajo, pero muy eficaz. Le gustaban los trajes negros combinados con camisas de color rojo intenso, rojo sangre y siempre con el cuello desabrochado. La eficacia en el éxito de sus misiones era bastante elevada, lo que hacía ganarse el beneplácito de sus superiores para tener una mayor libertad en el modo de ejecutar sus acciones. 
Todo cambió el día en que se hizo con el maletín, un maletín negro. Si sus estadísticas eran buenas, estas pasaron a ser extraordinarias y muchos lo asociaron con el maletín. Lo sorprendente no fue solo eso, sino que además de su capacidad de resolución, era que había conseguido reducir en más de la mitad la duración de las misiones. No sólo había mejorado su tasa de éxito, sino que también había mejorado su eficacia. Era el agente diez. Bueno, para algunos era el agente 666. O el agente Diablo. O directamente el Diablo. Este apodo se lo fue ganando con el tiempo, conforme diferentes agentes iban averiguando su modus operandi para poder copiarlo, pero al final todo se reducía al maletín. Era un maletín realmente misterioso. Diablo conseguía acercarse a los objetivos ganándose su confianza poco a poco hasta que, llegado el momento crítico en el que existía el riesgo de que esa confianza se pudiera romper en beneficio del éxito de la misión, entonces sacaba el maletín. Lo situaba delante del objetivo y lo abría ante la mirada atónita del mismo. Entonces los papeles cambiaban, ahora era Diablo quien estaba por encima del objetivo y este haría todo lo que quisiera el agente 666. El ritual se repetía una y otra vez, abría el maletín y la persona que lo veía caía rendido a sus pies. Y la pregunta, claro, era, ¿qué contiene el maletín? Pregunta sin respuesta. Nadie lo sabía. Y era imposible saberlo, aunque esto no es del todo correcto. Aquellos que intentaban saber su contenido acababan sabiéndolo, pero acababan bajo la influencia de Diablo una vez lo veían, lo cual conseguía cerrar el secreto para aquellos que no lo habían visto. 
La única explicación increíble pero válida, fue contada, curiosamente, por un agente al que llamaban Ángel. Después de haber rastreado todos los casos de Diablo, habérselos estudiado hasta el más mínimo detalle, e incluso de estar delante de la apertura del maletín, pero sin ver su contenido, su conclusión fue sorprendente. El maletín no contenía nada. Eso sí que era revelador, tanto trabajo para eso. Tanto misterio, tanto secreto, tanto enigma y tanta intriga para tal desenlace. Menudo fiasco. Claro, tal y como decía Ángel a todos, -Peculiaridad del ignorante es responder antes de oír, negar antes de comprender, y afirmar sin saber de qué se trata -, haciéndose eco de la frase célebre, -La verdad de todo esto no es lo que contiene el maletín, si no su interpretación- dijo a continuación, pero todo el mundo seguía sin entender, así que dejó la siguiente cuestión en el aire, -¿Qué puede ser más poderoso que la interpretación de las ambiciones de los hombres y las mujeres?- y al ver que el desconcierto continuaba, para dejarlo claro, sentenció con la siguiente pregunta, -¿Qué hombre o qué mujer diría que no a su mayor ambición o anhelo?