Otro
día más, pero este era diferente, algo se había movido. La disposición no era
la misma, el conjunto blanco parecía continuar en el mismo sitio pero algo
había cambiado. Las estanterías que quedaban a un lado y a otro del mueble
central no se habían movido, y el centro del mueble coincidía exactamente con
el centro de la pared, lo que hacía que tanto las estanterías como el propio
mueble quedasen perfectamente centrados con respecto al ancho de la pared. No
le gustaba las anomalías que producían las cosas cuando no estaban colocadas de
manera precisa, la falta de horizontalidad, o las asimetrías entre los
diferentes elementos hacían que su mirada se dirigiese automáticamente a estas
faltas de respeto al orden. Y lo peor de todo es que ya no podía quitar la
vista hasta que ese error visual se hubiese corregido. Tampoco le gustaba nada
que él comenzase a hablar. Siempre lo hacía cuando el orden se perdía. No hacía
más que señalar lo obvio, que si el cuadro estaba torcido, que si la estantería
no había quedado perfectamente vertical, que si el mueble no estaba centrado y
todo aquello que se saliese de la estricta definición de orden. Además, él
hablaba una vez él ya lo había detectado, es decir, iba con retraso. Nunca le
escuchaba antes de que su mirada ya estuviese pendiente del nuevo error captado
por lo que, si no se daba cuenta, él tampoco lo haría. ¿De qué le servía que le
dijera que esto o aquello no estaba debidamente colocado si él no se daba
cuenta primero? Era como señalar lo evidente. Además, le ponía nervioso porque
le recalcaba aquello que le molestaba a la vista, incidiendo todo el rato en lo
mismo hasta que no se corrigiera el desorden, lo cual acentuaba todavía más ese
malestar que le producía la falta de armonía que le concedía el orden. Lo peor
de todo es que no podía cambiarlo, lo intentaba pero no podía, si algo se había
movido podía pasar mucho tiempo hasta que se corrigiese. Llamaba al hombre de
blanco para que lo volviese a colocar donde debía estar, pero no siempre
llegaba pronto para cambiarlo, así que tenía que aguantar ese dolor de ojos
debido al desorden y a él hablando y señalando una y otra vez lo mismo. Esto le
hacía perder los estribos, notaba que se ponía muy nervioso y no podía parar de
mirar fijamente al punto que atentaba contra la armonía de lo que observaba,
esto hacía que la cabeza le comenzase a doler de manera demencial, hasta el
punto en el que ya comenzaba a chillar y a gritar para que el hombre de blanco
viniese a corregirlo. No se podía permitir esa falta de respeto, las cosas
deben estar estructuradas de una determinada manera, y no se pueden cambiar
bajo ningún concepto si no respeta las reglas del juego. Cuando el hombre de
blanco llegaba, siempre lo primero que hacía era dirigirse hacia él para
decirle que no se preocupara, que primero dormiría un rato y después, cuando se
despertase, ya estaría colocado todo ese desorden. Y así era como sucedía,
llegaba el hombre de blanco y le comenzaba a entrar un sueño persistente con el
que no podía luchar hasta que se dejaba llevar, tranquilo de saber que se
solucionaría ese atentado contra el orden. Después despertaba y, como siempre,
pretendía estirar los músculos pero aquella camisa no le dejaba. El hombre de
blanco siempre decía lo mismo, "estas atado por cuestión de orden, si te
desato romperás el orden de la habitación, ya que tú tienes tu sitio dentro de
este orden, y producirías un desajuste en la estructuración de la disposición
de las cosas en la habitación". En el fondo tenía razón, no podía permitir
romper el orden de la habitación bajo ningún concepto...
Una terraza en la que se sirven historias, historias con la única intención de hacer volar la imaginación por un rato...
lunes, 28 de septiembre de 2015
domingo, 13 de septiembre de 2015
La Libertad Del Deseo
El aire de la noche refrescaba su
cara, era un aire frío que soplaba levemente. Observaba el paisaje que quedaba
a sus pies, aquella megalópolis de hormigón y asfalto iluminado por pequeñas
luces que se extendían a lo largo de la misma. Unas en movimiento, otras no. La
contaminación lumínica hacía que el cielo nocturno no permitiese ver sus
estrellas, dejando una capota oscura, lejana e infinita. Esta noche podría ser
la noche en que al menos podría formar parte de él. Su corazón latía rápido,
fuerte, pero solo pensaba en que sabía que podía hacerlo. Era mucha altura, un
piso 26. Se tuvo que sentar sobre el alféizar de la ventana porque no aguantaba
más de cuclillas sobre la piedra. Miraba una y otra vez fijamente el
transcurrir de la gran ciudad, cómo aquellos movimientos de luces a través de
las calzadas, cómo aquellas luces que se encendían y cómo aquellas otras que se
apagaban desarrollaban la vida, el latir de aquellas estructuras de hormigón
creadas por el hombre en una noche cualquiera. Comenzaba a tener frío, pero un
frío externo ya que en su interior su sangre circulaba caliente movida con la fuerza
de su corazón. Se sentía atrapado en aquella mole de cemento y áridos,
necesitaba más libertad, el poder sentir cómo nada le ataba al suelo y cómo
podía estar por encima de todo aquello. Él sabía que lo podía conseguir y que
lo lograría, no podía esperar más así que apoyó sus pies sobre el alféizar, se
colocó en posición y saltó. En aquel momento pudo ver cómo todo se iba
moviendo, el cielo oscuro desapareció de su vista para contemplar cómo se
acercaba cada vez a más velocidad hacia aquella ciudad que había estado
contemplando. Su caída era imparable y él cada vez se sentía más feliz, más
seguro de sí mismo. El viento frío le acariciaba su cara, sus manos y se le
metía entre la ropa. Su estómago le presionaba de la tensión que sufría. El
suelo estaba cada vez más próximo hasta que, de repente, comenzó a alejarse
poco a poco. Podía moverse a su antojo, empezó a subir observando esta vez, de
nuevo, el cielo oscuro que mostraba el ciclo nocturno. Prefirió darse la vuelta
para no perderse ningún detalle de cómo se movían las aceras bajo sus pies, de
cómo pasaba por encima de los árboles, sintiendo una euforia descontrolada y
esa sensación de éxito por haber hecho lo correcto Estaba volando, era libre y
ahora podía hacer lo que quisiera, no tenía ataduras, había roto sus cadenas
para fabricar sus alas. Hacía piruetas por encima de los edificios, aumentaba
la altura y volvía a bajar para volver a subir y notar, una y otra vez, el
sabor de la libertad. Ahora tenía un objetivo, llegar más alto que el edificio
en el que en el que había pasado la mayor parte de su vida, conseguir superar
el piso 26, así que se acercó sobrevolando los árboles para realizar el ascenso
completo, quería hacer el recorrido entero para reafirmarse de nuevo que podía
conseguir lo que quisiera. Se fijó en su parque, en los juegos recreativos para
niños, ahora oscuros y sin vida, en la acera que lo circundaba, en los bancos
desperdigados a lo largo de la misma y en una figura humana tendida en el
suelo. Comenzó a subir viendo cómo piso a piso los iba dejando atrás e iba
consiguiendo poco a poco su objetivo, hasta que superó el piso 26 y logró dejar
el edificio por debajo suyo. Su felicidad era máxima, ¡había conseguido la
libertad de su deseo!, hasta que se dio cuenta de que ya no sentía el aprieto
de su estómago, ni el frío ni el aire, solo flotaba a su antojo a lo largo de la
eternidad.
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