sábado, 26 de diciembre de 2015

Divergencia

Aquellos colores cuánto más los miraba más estaba convencido de que eran divergentes, quizás la forma de cada uno también influía en su discordancia, y quizás su proximidad confirmase su discrepancia. Podía imaginar infinidad de cosas pero necesitaba incontinenti el continente de todo aquello, la nada no existe y, por tanto, algo que sustentase, envolviese y protegiese aquella divergencia. Podía pensar en algo infinito o, en cualquier caso, en un conjunto de continentes relacionados mediante una escala jerárquica. Aquellos colores necesitaban una estructura para poder existir. Todo aquello por una divergencia. Quizás le debiera mucho a la discordancia porque al final, todo nace de la discrepancia.

martes, 22 de diciembre de 2015

Vacío Por Dentro

Vacío por dentro,
flota en el mar y se deja llevar
a tierra o adentro,
su luz apagada,
su luz congelada,
dejan su alma helada,
pero el calor de los recuerdos,
el calor de los sueños,
parecen suficiente
para mantener la esperanza
de un final diferente…

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Sombras

La oscuridad de la ventosa noche invadía la estancia de la casa, solo repelida levemente por los pequeños candiles encendidos situados en diferentes partes de la habitación, así como por la chimenea. Gracias a estos se podía observar una decoración cuidada, con dos sillones color arena oscuro colocados a ambos lados de la chimenea, sobre una alfombra con motivos que combinaban diferentes tonalidades de verdes oscuros, así como del color arena semejante al de los sillones, que conjuntaban a la perfección con las cortinas del mismo color sujetas por unas abrazaderas que permitían el paso de la oscuridad. La alfombra perfectamente centrada en la habitación tapaba parte de aquel suelo de baldosas de barro con juntas oscuras y sobre el que se distribuía el resto del mobiliario, el conjunto de mesa y sillas de madera así como diversas estanterías también de madera que alojaban libros de todo tipo.
Y ahí estaba, solo en su sillón, solo con la oscuridad, solo con el crepitar de la chimenea y la vibración de las ventanas producidas por el viento que parecía querer entrar, con la mirada fija en la chimenea mientras el tiempo pasaba. Era mayor ya, cuando se había dado cuenta la vida se le había escurrido entre las manos mientras su cabello se volvía blanco e iba desapareciendo de su cabeza, al contrario que sus espesas cejas que habían cambiado de color únicamente. Pero conservaba siempre un aspecto impecable con la camisa de cuello redondo y lazo grande a juego con el chaqué, la chaqueta y los pantalones. 
Llevaba mucho tiempo esperando y las noches se hacían largas, solo acompañadas por el brillo de la luna, que las ventanas enseñaban, y el fuego inquieto de la chimenea. Recordaba una y otra vez lo que hizo, aquello sentenció su vida. Dormía cuando los demás vivían y moría en vida mientras los demás dormían. Aquellas cadenas invisibles le mantenían atado a la noche, siempre alerta, siempre en tensión, solo aplacado por el sentido del deber cumplido. La luz era su escudo, su refugio y en la cual seguiría viviendo esperando la muerte. Y quizás ese momento estaba cerca. Creyó ver cierto movimiento en la zona más oscura de la habitación, eso solo podía significar que venían a por él. Se fijó un poco más y observó que poco a poco ese movimiento se iba acercando a él. Sombras. Se comenzaban a discernir entre la oscuridad, reptaban por el suelo con lentitud, moviéndose de un lado hacia otro. Parecían buscar un camino de entrada, pero no lo había. Ya se había ocupado él de que así fuese. Estaba rodeado de luz. Aun así las sombras parecían escudriñar posibles vías, intentando hallar el camino directo a él. Pero no lo había. Él se sentía seguro del poder de la luz. Pero no se sentía tan seguro ante el poder de las sombras. Eran astutas e inteligentes, y no se darían por vencidas tan fácilmente. 
A la vez, también eran persistentes e intentaban una y otra vez entrar en la zona iluminada, pero no podían, la luz mantenía su territorio intacto. Las sombras comenzaron a juntarse para después separarse y dirigirse hacia la luz de la luna. No lo entendía, desconocía cuáles eran sus planes. Continuaron en su avance hacia las ventanas. De repente supo cuáles eran sus intenciones, ¡pero ya era demasiado tarde! Las formas oscuras subieron por las ventanas y comenzaron a forcejear con ellas hasta que consiguieron abrirlas. Aquello liberó la fuerza del viento en el interior de la habitación, tan intensa, que las hojas de las ventanas se abrieron tan rápido que parecía que careciesen de peso, impactando contra las paredes una y otra vez. Entonces el viento hizo el resto, inundó la estancia agitando todo lo que pillaba a su paso, lo que produjo el apagado de los candiles. En ese momento veía su fin cada vez más cercano, era inevitable, no podía hacer nada. 
El viento continuó con su tarea produciendo tal corriente que el aire que entraba a través de la ventana, junto con el que salía a través de la chimenea, produjo una lucha de fuerzas contra el fuego, que aguantó su primer embate, pero en el segundo tuvo que claudicar y solo quedaron unas pocas brasas que se apagaron al poco rato. La estancia quedó a oscuras y las sombras comenzaron su avance lento pero implacable. Su fin se acercaba y lo sabía, solo podía esperar a que fuera lo más rápido posible. Tenía miedo pero estaba tranquilo de haber conseguido mantener a raya tanto tiempo a las sombras. Aquel pacto con el oscuro, al que vendió su alma, había conseguido mantener a las sombras lejos de la tierra durante un buen tiempo. Había sido el guardián, el centinela, pero eso nadie lo sabría más que él. Probablemente si no hubiera vendido su alma al oscuro, su destino habría sido diferente, quizás habría conseguido desterrarlo para siempre, si no ¿por qué tanto interés del oscuro por su alma? Es algo que nunca supo y que nunca sabría, por eso empeñó su alma a cambio de mantener alejadas a las sombras hasta el pago del trato. Y aquí estaba para cobrárselo, ahí estaban las sombras que se acercaban hacia él, para cogerle, para devorar su alma y que desapareciera para siempre, acercando de nuevo, y por fin, el reino de la oscuridad…

sábado, 28 de noviembre de 2015

Atardeceres

Aquellos colores, aquella luz, aquella brisa…solo faltaba ella. Este era su sitio, con él y con el atardecer. Cuántas tardes habrían pasado delante del ocaso compartiendo solo el momento, solo la compañía, solo el atardecer. Los colores que los envolvían dotaban de una cierta magia el instante, manos cogidas, miradas compartidas, palabras en silencio. El horizonte se abría a ellos a través de un mar de color profundo, cuya calma dejaba reflejar los colores que el astro pintaba sobre el cielo. El aire soplaba levemente sobre sus rostros que, junto con la arena fina, fresca, transmitían esa sensación de libertad y tranquilidad junto a la persona que más quería. Muchos momentos compartían a lo largo del día, pero ninguno era tan delicado, tan tierno, tan apasionado, solo sentían, no pensaban, no hablaban.

Ahora su lugar estaba vacío, ya no estaba y ahí estaba su sitio. Casi podía ver cada gesto suyo, cada mirada y sentir su mano cómo cogía la suya, casi podía ver su belleza iluminada por el brillo de sus ojos proveniente del atardecer, aquel atardecer que revolvía su pelo cada vez que el viento soplaba, dándole un aspecto más natural, más atractivo. Pero ella ya no estaba. En su mano agarraba el poema que le dio el día de su cumpleaños, en el mismo sitio que ocupaba ahora mismo.

Bajo estos colores
Solo te puedo decir que te quiero
Y espero que no llores
Porque si te soy sincero
Solo quiero verte feliz
Así, tal y como eres
Bajo estos atardeceres,
El mar me cuenta
Que siempre será así
Y solo lamenta
De la muerte y su afrenta,
Del viento oí
De nuestro amor infinito
Gracias a cómo eres,
Y de la arena te transmito
Siempre bajo atardeceres
Podrían ser nuestro mundo
Porque tal y como eres
No hay sentimiento más profundo
Que siento y espero que no esperes
Que te quiera menos
En estos atardeceres


Ya nada era lo mismo, una parte de él había estallado en trozos, trozos que costaría mucho tiempo volver a juntar, trozos afilados que hacían y harían mucho daño. Sentarse allí, bajo el sol mientras se escondía, era una manera de recuperar parte de ella, de lo sentido, de lo querido. El horizonte salpicado de tonalidades le hacía no olvidar nunca para recordar siempre lo que había sido ella para él, su día a día, su vida. No la recuperaría nunca, pero no la perdería jamás, el recuerdo había quedado labrado en su corazón y ahí siempre la sentiría. Olía el aire, veía los colores, sentía la arena y le parecía estar junto a ella bajo el atardecer…

Siempre bajo atardeceres
Podrían ser nuestro mundo
Porque tal y como eres
No hay sentimiento más profundo
Que siento y espero que no esperes
Que te quiera menos
En estos atardeceres

sábado, 21 de noviembre de 2015

Pluma y Papel

Pluma y papel es todo lo que puedo pedir
Sin saber y solo al escribir
Gano libertad a cada verso que construyo
Y no tengo que pensar mientras huyo
Solo crear mientras empiezo a volar
Ya no huyo, ya no corro, solo me dejo llevar
Mientras la tinta avanza por el papel
Se crea un lienzo, fíjate en él
Porque son historias en trazos, en trozos
Con comienzo, con fin, alegrías y sollozos
Vidas paralelas, fantásticas o reales
Enteras, parciales o formadas por retales
Déjame ese momento, déjame que escriba
Crear los cimientos, construir y llegar hasta arriba
Donde yo quiero estar y a donde puedo llegar
A través de la pluma y el papel alcanzar
Con todo el anhelo, mi mundo paralelo

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Última Bala

A la hora, el día y el momento elegido. Quizás no era el que más le gustaba, pero tendría que pasarlo. Se encontró entrando en una estancia oscura, solo podía ver aquello que iluminaba una lámpara que colgaba de un techo desaparecido en la negrura. Una silla, una mesa, una pistola y su oponente.
Le llamó la atención el contraste del metal brillante y limpio de la magnum sobre la mesa, que reflejaba la luz proveniente de la única fuente de luz existente en la estancia. Las cachas negras hacían juego con el mueble, que era del mismo color. El rostro de su oponente, igualmente iluminado que el arma, le miraba fijamente a los ojos. Su mirada no revelaba miedo ninguno. No veía rastro de sudor o alguna otra pista que le pudiese indicar que estuviese nervioso. Era de un rubio exagerado, no sabía si por efecto de la luz, o porque era su color real de cabello. Con sus ojos azules claro tenía el mismo problema. Procedió a sentarse, quedando su mirada a la misma altura que la de su contrincante. La comunicación verbal estaba prohibida. La pistola le apuntaba a él, luego se había decidido que tendría que ser él el que comenzase. Aquello no era un buen comienzo, su oponente tendría más posibilidades de ganar, y no solo eso, llegados el caso, si solo queda una bala, sabría que se tendría que enfrentar a la muerte directamente siendo consciente de ello. El hombre rubio, sin apartar la mirada, cogió la pistola, acercó el cañón a su sien y levantó el percutor. Se fijó en el pequeño, casi imperceptible temblor de la mano que sujetaba el arma. Aquello era una pista de gran valor, aunque seguía sin ver a a través de su rostro el dilema que tendría en su interior ahora mismo, su oponente no se había dado cuenta de que su mano le había delatado. Admiraba cómo su rostro eliminaba cualquier atisbo de miedo o de conflicto interior. Apretó el gatillo. Sonó el click que confirmaba que el cargador estaba vacío y el tambor giró para colocarse en la nueva posición. Su oponente continuaba con el mismo rictus en el rostro. Ya solo quedaban cinco posibilidades de que la bala estuviese alojada en alguno de los huecos del cargador. Era su turno. Su adversario dejó la pistola encima de la mesa, lista para que la usara él. La cogió. La puso sobre su sien. La amartilló. Y esperó. No tenía miedo y quería infundirlo. La frente de su oponente comenzaba a perlarse de sudor ligeramente, lo que le comunicaba que la presión psicológica a la que estaba sometido por la situación podría decantar la balanza hacia su lado. Entonces apretó el disparador. Otra vez el click. Ya solo quedaban cuatro turnos. Dejó el arma en la mesa para que lo cogiera su adversario. Este la volvió a situar con el cañón sobre su sien. Levantó el percutor. El temblor de su mano se hacía más patente que antes. Su presión interior iba en aumento. Disparó. De nuevo el click. Dejó la pistola sobre la mesa. Su frente reflejaba pequeños destellos del sudor que, cada vez más, iban en aumento. Él también se dio cuenta de que la respiración de su oponente estaba aumentando de ritmo paulatinamente. Tres turnos. Las posibilidades se volvían a reducir de nuevo. Si le volvía a tocar en la siguiente, asunto terminado. Había que actuar. La levantó y la apoyó sobre su cabeza. Esta vez, acercó su cara todo lo que pudo hacia el rostro del hombre rubio, sin llegar a tocarle, frente a frente. Le escrutó con la mirada. Lentamente levantó el percutor. Un tercio mortal de posibilidades. Esperó. Apretó el gatillo rápido, vio cómo su adversario parpadeó y ligeramente subió las cejas. Le había sorprendido, no lo esperaba tan rápido. Estaba a punto de conseguirlo. Dejó el arma sobre la mesa con fuerza, de modo que un sonido rápido y fuerte inundó la estancia quebrando el sonido eterno que se había instalado. El cuerpo del rubio sufrió un pequeño espasmo y su rostro comenzaba a desmontarse. Arrastró el arma hacia él. Su mirada denotaba miedo al ver el arma cerca suya. Su conflicto interior estaba en el punto más álgido. Solo tenía que presionarle un poco más, así que giró la pistola con la culata hacia él en gesto de que era su turno y que debía cogerla. Entonces el rubio bajó la cabeza, relajó el cuerpo y se levantó de la mesa. No volvieron a cruzar más miradas. Se quedó solo ante el arma así que la cogió, sacó el cargador hacia un lado y comprobó que habría sido el turno de la bala. No más clicks. Pobre desgraciado, se había ido con la sensación de derrota, sin saber que le había salvado la vida y que debería de estar contento de no estar muerto. De otro modo las probabilidades de este juego absurdo le habrían reventado la cabeza.
Otro juego más. Más dinero. Peligroso pero rentable. Las palabras volvían a su mente, “No tengo nada que perder, lo tengo todo para ganar. Dispara, da igual, sales ganando…

lunes, 2 de noviembre de 2015

El Cuadro Del Sentimiento

Cuando el viento soplaba sobre tu rostro
Cuando la luz iluminaba tu cara
Se pintaba el cuadro más lustroso
Iluminado por aquellos colores vivos
Mostrando la belleza del sentimiento
Con toques y matices llamativos
Que hicieron que fuera el cimiento
De todo aquel sentimiento
Cuando el viento soplaba sobre tu rostro
Cuando la luz iluminaba tu cara
Se pintaba el cuadro más lustroso
Me dijiste que te quedarías por siempre
Y lo vi no sólo porque tu faz lo mostrara
Sino también porque tu corazón no miente
Cuando el viento soplaba sobre tu rostro
Cuando la luz iluminaba tu cara
Se pintaba el cuadro más lustroso
Un cuadro guardado en lo más profundo
Enterrado en lo más hondo
Pero conservado como un triunfo
Porque último no es el que está en el fondo
Sino el más cuidado, el más valorado
Y el que miraré siempre como colofón
Del pasado de lo vivido, de lo sentido
Que llegó hasta mi corazón
Cuando el viento soplaba sobre tu rostro
Cuando la luz iluminaba tu cara
Se pintaba el cuadro más lustroso
Camino que fue un futuro comenzando un pasado
Camino impreso en un pasado que no llegó a un futuro
Y cuyos pasos, uno a uno, quedaron tatuados
Allá donde no se ve, allá donde es más oscuro
Dónde nadie puede ver, y a donde solo yo puedo acceder…



lunes, 28 de septiembre de 2015

Él, Él y el Hombre de Blanco


Otro día más, pero este era diferente, algo se había movido. La disposición no era la misma, el conjunto blanco parecía continuar en el mismo sitio pero algo había cambiado. Las estanterías que quedaban a un lado y a otro del mueble central no se habían movido, y el centro del mueble coincidía exactamente con el centro de la pared, lo que hacía que tanto las estanterías como el propio mueble quedasen perfectamente centrados con respecto al ancho de la pared. No le gustaba las anomalías que producían las cosas cuando no estaban colocadas de manera precisa, la falta de horizontalidad, o las asimetrías entre los diferentes elementos hacían que su mirada se dirigiese automáticamente a estas faltas de respeto al orden. Y lo peor de todo es que ya no podía quitar la vista hasta que ese error visual se hubiese corregido. Tampoco le gustaba nada que él comenzase a hablar. Siempre lo hacía cuando el orden se perdía. No hacía más que señalar lo obvio, que si el cuadro estaba torcido, que si la estantería no había quedado perfectamente vertical, que si el mueble no estaba centrado y todo aquello que se saliese de la estricta definición de orden. Además, él hablaba una vez él ya lo había detectado, es decir, iba con retraso. Nunca le escuchaba antes de que su mirada ya estuviese pendiente del nuevo error captado por lo que, si no se daba cuenta, él tampoco lo haría. ¿De qué le servía que le dijera que esto o aquello no estaba debidamente colocado si él no se daba cuenta primero? Era como señalar lo evidente. Además, le ponía nervioso porque le recalcaba aquello que le molestaba a la vista, incidiendo todo el rato en lo mismo hasta que no se corrigiera el desorden, lo cual acentuaba todavía más ese malestar que le producía la falta de armonía que le concedía el orden. Lo peor de todo es que no podía cambiarlo, lo intentaba pero no podía, si algo se había movido podía pasar mucho tiempo hasta que se corrigiese. Llamaba al hombre de blanco para que lo volviese a colocar donde debía estar, pero no siempre llegaba pronto para cambiarlo, así que tenía que aguantar ese dolor de ojos debido al desorden y a él hablando y señalando una y otra vez lo mismo. Esto le hacía perder los estribos, notaba que se ponía muy nervioso y no podía parar de mirar fijamente al punto que atentaba contra la armonía de lo que observaba, esto hacía que la cabeza le comenzase a doler de manera demencial, hasta el punto en el que ya comenzaba a chillar y a gritar para que el hombre de blanco viniese a corregirlo. No se podía permitir esa falta de respeto, las cosas deben estar estructuradas de una determinada manera, y no se pueden cambiar bajo ningún concepto si no respeta las reglas del juego. Cuando el hombre de blanco llegaba, siempre lo primero que hacía era dirigirse hacia él para decirle que no se preocupara, que primero dormiría un rato y después, cuando se despertase, ya estaría colocado todo ese desorden. Y así era como sucedía, llegaba el hombre de blanco y le comenzaba a entrar un sueño persistente con el que no podía luchar hasta que se dejaba llevar, tranquilo de saber que se solucionaría ese atentado contra el orden. Después despertaba y, como siempre, pretendía estirar los músculos pero aquella camisa no le dejaba. El hombre de blanco siempre decía lo mismo, "estas atado por cuestión de orden, si te desato romperás el orden de la habitación, ya que tú tienes tu sitio dentro de este orden, y producirías un desajuste en la estructuración de la disposición de las cosas en la habitación". En el fondo tenía razón, no podía permitir romper el orden de la habitación bajo ningún concepto...

domingo, 13 de septiembre de 2015

La Libertad Del Deseo


El aire de la noche refrescaba su cara, era un aire frío que soplaba levemente. Observaba el paisaje que quedaba a sus pies, aquella megalópolis de hormigón y asfalto iluminado por pequeñas luces que se extendían a lo largo de la misma. Unas en movimiento, otras no. La contaminación lumínica hacía que el cielo nocturno no permitiese ver sus estrellas, dejando una capota oscura, lejana e infinita. Esta noche podría ser la noche en que al menos podría formar parte de él. Su corazón latía rápido, fuerte, pero solo pensaba en que sabía que podía hacerlo. Era mucha altura, un piso 26. Se tuvo que sentar sobre el alféizar de la ventana porque no aguantaba más de cuclillas sobre la piedra. Miraba una y otra vez fijamente el transcurrir de la gran ciudad, cómo aquellos movimientos de luces a través de las calzadas, cómo aquellas luces que se encendían y cómo aquellas otras que se apagaban desarrollaban la vida, el latir de aquellas estructuras de hormigón creadas por el hombre en una noche cualquiera. Comenzaba a tener frío, pero un frío externo ya que en su interior su sangre circulaba caliente movida con la fuerza de su corazón. Se sentía atrapado en aquella mole de cemento y áridos, necesitaba más libertad, el poder sentir cómo nada le ataba al suelo y cómo podía estar por encima de todo aquello. Él sabía que lo podía conseguir y que lo lograría, no podía esperar más así que apoyó sus pies sobre el alféizar, se colocó en posición y saltó. En aquel momento pudo ver cómo todo se iba moviendo, el cielo oscuro desapareció de su vista para contemplar cómo se acercaba cada vez a más velocidad hacia aquella ciudad que había estado contemplando. Su caída era imparable y él cada vez se sentía más feliz, más seguro de sí mismo. El viento frío le acariciaba su cara, sus manos y se le metía entre la ropa. Su estómago le presionaba de la tensión que sufría. El suelo estaba cada vez más próximo hasta que, de repente, comenzó a alejarse poco a poco. Podía moverse a su antojo, empezó a subir observando esta vez, de nuevo, el cielo oscuro que mostraba el ciclo nocturno. Prefirió darse la vuelta para no perderse ningún detalle de cómo se movían las aceras bajo sus pies, de cómo pasaba por encima de los árboles, sintiendo una euforia descontrolada y esa sensación de éxito por haber hecho lo correcto Estaba volando, era libre y ahora podía hacer lo que quisiera, no tenía ataduras, había roto sus cadenas para fabricar sus alas. Hacía piruetas por encima de los edificios, aumentaba la altura y volvía a bajar para volver a subir y notar, una y otra vez, el sabor de la libertad. Ahora tenía un objetivo, llegar más alto que el edificio en el que en el que había pasado la mayor parte de su vida, conseguir superar el piso 26, así que se acercó sobrevolando los árboles para realizar el ascenso completo, quería hacer el recorrido entero para reafirmarse de nuevo que podía conseguir lo que quisiera. Se fijó en su parque, en los juegos recreativos para niños, ahora oscuros y sin vida, en la acera que lo circundaba, en los bancos desperdigados a lo largo de la misma y en una figura humana tendida en el suelo. Comenzó a subir viendo cómo piso a piso los iba dejando atrás e iba consiguiendo poco a poco su objetivo, hasta que superó el piso 26 y logró dejar el edificio por debajo suyo. Su felicidad era máxima, ¡había conseguido la libertad de su deseo!, hasta que se dio cuenta de que ya no sentía el aprieto de su estómago, ni el frío ni el aire, solo flotaba a su antojo a lo largo de la eternidad.

jueves, 27 de agosto de 2015

Mar y Tierra

Quizás el mar y la tierra sean los dos elementos que más se quieran.
Nunca llegan a estar juntos pero el agua abraza a la tierra por su profundo amor por ella.
Su nexo de unión va más allá de lo que podamos imaginar.
Quizás no se lleven bien, quizás no se entiendan o simplemente que las cosas no son fáciles.
Y quizás por eso no pueden estar juntos.
Es un amor infinito pero imposible.
Los sentimientos se entrelazan.
Enfado, alegría, ira, satisfacción, dolor, exaltación, placer y por supuesto, mucho amor.
¿Es un amor verdadero aquel que es imposible?
¿O es que es imposible un amor verdadero?...

miércoles, 14 de enero de 2015

El Sonido de la Vida

El viento soplaba meciendo los árboles levemente iluminados por la luna. El ruido de las hojas y de las ramas irrumpía el silencio de la noche. Ella iba caminando hacia aquella casa en mitad del bosque, vestida con su atuendo habitual, un camisón de algodón blanco y unas zapatillas blancas sin calcetines. Avanzaba lentamente sin hacer mucho ruido escondido bajo el movimiento de los árboles. Su pelo moreno se alborotaba ante el aire, y aunque en ocasiones le tapaba la cara, ella seguía avanzando sin inmutarse. Se detuvo delante de la casa, comenzó a subir los tres peldaños que antecedían a la puerta principal notando cómo se hundía la madera de los mismos levemente bajo sus pies. Aquella casa de madera parecía abandonada, el porche al que accedió tras las escaleras mostraba que nadie lo había utilizado desde hacía bastante tiempo, una silla y una mesa lo confirmaban bajo una capa de polvo, así como las telas de araña en aquellos ángulos en esquina formados por las paredes y la cubierta del porche.
Se paró delante de la puerta. Se concentró durante un momento pero no oyó nada. La observó y simplemente giró el pomo. La puerta cedió y se abrió chirriando mostrando una negrura absoluta dentro de la casa. Avanzó hacia dentro despacio mientras seguía concentrada pero continuaba sin oír nada. Quedó absorbida por la falta de luz al adentrarse en su interior. El suelo, notaba como descendía levemente ante cada paso y, poco a poco, dentro de la negrura se iba discerniendo una planta baja diáfana con una escalera al fondo que ascendía a la planta de arriba. A pesar de que continuaba concentrada en escuchar, su mente le mostró varias imágenes sucesivas que le hacían recordar. La llevaron hacia otro momento en el que ella estaba sentada en posición fetal, con sus manos tapándole las orejas y sintiendo aquel ruido infernal en sus oídos que le hacían apretar la mandíbula como si con ello consiguiera librarse de aquella tortura. Tanto lo recordaba que podía escuchar perfectamente todos aquellos golpes retumbando en su mente. Fue de los primeros días. Aquellos días en que todo cambió, su manera de ser, su vida y la manera en que la observaba. Ahora era vida o muerte. Le obligó a perder el contacto con la gente, con la vida misma en las calles, plazas, centros comerciales, cines, espectáculos o todo aquello que significase gente, multitudes. Ahora vivía recluida en su pequeño mundo solitario, aislado, apartado que era lo único que le podía conferir esa paz interior que necesitaba para poder seguir viviendo. Un ruido proveniente de la madera del suelo la devolvió a la realidad, consiguió distinguir algo que se movía rápido en el fondo de la habitación. No sabía exactamente qué podía ser pero intuía que podía ser un roedor. No le interesaba así que volvió a concentrarse en escuchar otros sonidos pero no conseguía oír nada más. Seguía avanzando a lo largo de la planta baja hasta llegar a la escalera por la que comenzó a subir lentamente y atenta a cualquier ruido que pudiera escuchar. Al llegar a la primera planta, sus ojos acostumbrados a la oscuridad que percibían la poca luz que la luna podía emitir, vieron que había tres puertas abiertas. Cada una de ellas daba a una habitación. Se quedó inmóvil un instante para confirmar que todo estaba en silencio. Avanzó por la de la izquierda y entró en la habitación. Estaba desprovista de muebles. Se quedó un segundo observando el esplendor de la luna que se colaba por la ventana y que daba un toque azulado dentro de la oscuridad de la habitación. Observó que cercano a una de las paredes había un pequeño agujero en el suelo. Se dirigió a la más próxima y fue avanzando lentamente a lo largo de la misma concentrándose en intentar captar el sonido que ella buscaba pero que no encontraba. Continuó por la siguiente pared y así sucesivamente hasta que llegó al agujero. No veía la planta de abajo así que lo bordeó para conseguir tener la poca luz de la luna a su favor y poder ver el fondo. No lo consiguió, la luz de la luna no era lo suficientemente fuerte como para penetrar en la negrura que se había apostado en el hueco. De repente creyó oír algo. Se mantuvo inmóvil, alerta. Le parecía escuchar un sonido muy flojo procedente de la pared, así que se acercó hasta pegar su cuerpo sobre la misma. Ahí estaba lo que buscaba, ese sonido inconfundible, aquel que le había cambiado la vida, aquel con el que tendría que vivir el resto de su vida, el latido de un corazón. En este caso era el de uno cuya vida estaba desapareciendo, pulsaciones débiles que anunciaban una muerte lenta. Efectivamente había alguien en el tabique, le habían emparedado vivo. Quizá después de haber agotado sus energías en gritar para que alguien le escuchase, en intentar moverse dentro de aquella cárcel vertical para intentar golpear y hacer ruido, aceptase una muerte lenta y solitaria esperando a que el último aliento de vida se escapase y con el llegase la liberación ante aquella tortura. Pero ella había llegado antes de todo eso y gracias al ruido de su corazón, la vida le había devuelto la vida. Continuó cercana a la pared para localizar exactamente la ubicación de aquella persona, concentrándose en el latido ya casi imperceptible hasta que, sin darse cuenta, se hundió levemente en el agujero que había en el suelo haciéndolo más grande por la caída, pisó sobre algo que no pudo distinguir, cayó y se golpeó la cabeza contra la madera. La vista se nubló un instante para recuperar una visión borrosa que dirigió hacia el hueco y del que aparecía una forma que estaba saliendo. Esta vez no era un roedor. Intentó enfocar para distinguir aquella forma que poco a poco se iba haciendo más grande pero que no conseguía precisar. La madera crujía ante el levantar de aquella masa negra. Comenzó a distinguir una forma humana que se estaba incorporando, pero aquello era imposible, no había escuchado su corazón. Su instinto era infalible, algo probado durante años, estaba desconcertaba y el miedo comenzaba a invadirla ante lo desconocido. Se logró levantar a duras penas ya que el golpe en la cabeza le hacía inestable cuando distinguió tardíamente que la figura había extendido su brazo para agarrar el suyo sintiendo un dolor que parecía que se lo iba a hacer añicos. El miedo le despejó la cabeza y comenzó a darle patadas para intentar soltarse el brazo, pero no surtió efecto, parecía que iba a romperse. La figura la atrajo hacia sí y le agarró del cuello fuertemente con una mano huesuda, áspera. Notaba como poco a poco se iba cerrando cada vez más haciendo entrar cada vez menos aire en sus pulmones. Automáticamente acercó su mano hacia el pecho de la figura y comenzó a apretar con sus dedos con tal fuerza que empezó a brotar la sangre. Continuó hundiendo los dedos hasta que agarraron aquello que buscaban, pero una ola de terror le recorrió el cuerpo entero al darse cuenta que aquello que había agarrado no se movía, pero aún así hizo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban para sacarlo de su pecho. Y ahí lo tenía, su corazón inerte en su mano con la sorpresa de que la figura no había aflojado las manos de su brazo y su cuello. No entendía qué era aquello. La figura intentó salir del agujero torpemente y tropezó cayendo ambos sobre la madera, percatándose de un olor pútrido, estaba aterrada ante aquella cosa. El corazón salió rodando a causa de la caída esparciendo la sangre por todo el suelo. La figura no dejó de aflojar ningún momento. Estaba desesperada, cada vez conseguía aspirar menos aire. La figura comenzó a acercar su cabeza hacia ella mientras ella barría el suelo con la mano libre para aferrarse a lo que fuese que le pudiese dar la oportunidad de librarse de aquella cosa. Y la encontró. Notó una astilla resultante de la rotura de la madera, la aferró con toda la fuerza que podía en ese momento, hizo un movimiento parabólico y la clavó en la cabeza de aquella cosa inmunda cuya sangre salpicó alrededor a gran velocidad. Justo en el momento en que  notaba su aliento cerca de su cara. En ese momento, la figura aflojó el cuello y el brazo y cayó sobre ella como un muerto, quedando inmóvil, inerte. Rápidamente se lo intentó quitar de encima, de cualquier manera que fuese posible, con las manos, dándole patadas para apartarlo, hasta que al final lo consiguió. Se lo quitó de encima y respiró todo el aire que podía una y otra vez rápidamente notando como entraba a través de los pulmones y los llenaba en una sensación de necesidad complacida. Se quedó un instante observando a aquella criatura a la que, inexplicablemente, una vez le había arrancado el corazón seguía vivo. Se acercó un poco más con cierto temor vencido por la curiosidad para observar aquella criatura con más detalle en la medida en la que la oscuridad le permitía. Podía ver, sin mucho detalle, que iba ataviada con un pijama de rayas que originalmente parecía haber sido blanco y que, ahora tenía una tonalidad grisácea cuyas rayas se distinguían con dificultad difuminadas sobre la mugre de la ropa. Unas manos huesudas con una piel áspera de un tono pálido, sucias, con heridas y su cara tan delgada que se distinguía perfectamente su calavera, envuelta en una piel hecha jirones en algunas zonas y de la misma tonalidad que las manos le hacía llegar a la única conclusión posible…