El aire de la noche refrescaba su
cara, era un aire frío que soplaba levemente. Observaba el paisaje que quedaba
a sus pies, aquella megalópolis de hormigón y asfalto iluminado por pequeñas
luces que se extendían a lo largo de la misma. Unas en movimiento, otras no. La
contaminación lumínica hacía que el cielo nocturno no permitiese ver sus
estrellas, dejando una capota oscura, lejana e infinita. Esta noche podría ser
la noche en que al menos podría formar parte de él. Su corazón latía rápido,
fuerte, pero solo pensaba en que sabía que podía hacerlo. Era mucha altura, un
piso 26. Se tuvo que sentar sobre el alféizar de la ventana porque no aguantaba
más de cuclillas sobre la piedra. Miraba una y otra vez fijamente el
transcurrir de la gran ciudad, cómo aquellos movimientos de luces a través de
las calzadas, cómo aquellas luces que se encendían y cómo aquellas otras que se
apagaban desarrollaban la vida, el latir de aquellas estructuras de hormigón
creadas por el hombre en una noche cualquiera. Comenzaba a tener frío, pero un
frío externo ya que en su interior su sangre circulaba caliente movida con la fuerza
de su corazón. Se sentía atrapado en aquella mole de cemento y áridos,
necesitaba más libertad, el poder sentir cómo nada le ataba al suelo y cómo
podía estar por encima de todo aquello. Él sabía que lo podía conseguir y que
lo lograría, no podía esperar más así que apoyó sus pies sobre el alféizar, se
colocó en posición y saltó. En aquel momento pudo ver cómo todo se iba
moviendo, el cielo oscuro desapareció de su vista para contemplar cómo se
acercaba cada vez a más velocidad hacia aquella ciudad que había estado
contemplando. Su caída era imparable y él cada vez se sentía más feliz, más
seguro de sí mismo. El viento frío le acariciaba su cara, sus manos y se le
metía entre la ropa. Su estómago le presionaba de la tensión que sufría. El
suelo estaba cada vez más próximo hasta que, de repente, comenzó a alejarse
poco a poco. Podía moverse a su antojo, empezó a subir observando esta vez, de
nuevo, el cielo oscuro que mostraba el ciclo nocturno. Prefirió darse la vuelta
para no perderse ningún detalle de cómo se movían las aceras bajo sus pies, de
cómo pasaba por encima de los árboles, sintiendo una euforia descontrolada y
esa sensación de éxito por haber hecho lo correcto Estaba volando, era libre y
ahora podía hacer lo que quisiera, no tenía ataduras, había roto sus cadenas
para fabricar sus alas. Hacía piruetas por encima de los edificios, aumentaba
la altura y volvía a bajar para volver a subir y notar, una y otra vez, el
sabor de la libertad. Ahora tenía un objetivo, llegar más alto que el edificio
en el que en el que había pasado la mayor parte de su vida, conseguir superar
el piso 26, así que se acercó sobrevolando los árboles para realizar el ascenso
completo, quería hacer el recorrido entero para reafirmarse de nuevo que podía
conseguir lo que quisiera. Se fijó en su parque, en los juegos recreativos para
niños, ahora oscuros y sin vida, en la acera que lo circundaba, en los bancos
desperdigados a lo largo de la misma y en una figura humana tendida en el
suelo. Comenzó a subir viendo cómo piso a piso los iba dejando atrás e iba
consiguiendo poco a poco su objetivo, hasta que superó el piso 26 y logró dejar
el edificio por debajo suyo. Su felicidad era máxima, ¡había conseguido la
libertad de su deseo!, hasta que se dio cuenta de que ya no sentía el aprieto
de su estómago, ni el frío ni el aire, solo flotaba a su antojo a lo largo de la
eternidad.
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