miércoles, 29 de febrero de 2012

R. P. 1ª Parte


Otro día más. Otra vez la misma rutina. Ya estaba sentado en el mismo sitio de siempre. Había bastantes caras que debían seguir la misma rutina que él porque también repetían todos los días. Aunque no había tratado nunca con ninguna de estas personas, eran conocidas por el día a día en el mismo vagón de tren. Ahí estaba él sentado, se le había olvidado el libro que se iba leyendo todas las mañanas y que le hacía el viaje menos rutinario. Esta vez se tendría que conformar con mirar a la gente y pensar en cosas que tenía pendientes, aunque a veces era curioso contemplar el comportamiento de la gente. Esta vez, en concreto, le llamaba la atención una persona muy peculiar y a la que no había visto antes. Estaba de pie, era un hombre grande, de facciones duras y con semblante serio. Movía la cabeza observando con mucho interés de un lado a otro en función de la persona que le interesaba en cada momento. Se fijaba en las bolsas, mochilas, carteras y demás elementos que llevaba la gente. En ese momento el hombre giró la cabeza y se encontraron las miradas por un instante. Fue un espacio de tiempo muy pequeño pero bastó para que le hombre le clavara la mirada, una mirada penetrante.
A partir de ese momento observó como el hombre empezó a sufrir una transformación, como poco a poco iba surgiendo de si mismo una mancha negra que se iba haciendo cada vez más grande. No sabía que estaba ocurriendo. La realidad parecía distorsionarse, aquella mancha negra comenzaba a adquirir volumen para transformarse e ir tomando forma. A la vez, el entorno estaba cambiando, poco a poco el tren empezaba a desdibujarse así como las personas de su alrededor. No creía lo que sus ojos estaban viendo, su cerebro trabajaba a toda velocidad para conseguir una explicación racional de todo lo que estaba sucediendo. La transformación continuaba, a la masa oscura le estaba naciendo una serie de extremidades sin forma concreta y sin rumbos definidos. El tren había desaparecido al ser difuminado y entremezclado con lo que parecía un nuevo entorno más oscuro. Aparentaba un bosque totalmente yermo y con árboles de formas dantescas carentes totalmente de vegetación alguna. No daba crédito a lo que estaba viendo, no sabía si el miedo que sentía era superior a la incredulidad o al revés. No entendía nada de lo que estaba pasando. La masa negra estaba tomando forma de lo que parecía una araña ya que tenía ocho extremidades que nacían de una especie de cuerpo. La oscura forma no tenía una textura definida. Comenzó a moverse para dirigirse hacia él. Estaba aterrado, no sabía qué hacer, pensaba en salir corriendo hasta que se dio cuenta de un detalle importante, su cuerpo había cambiado. Ya no era el mismo, ahora él era una masa blanca con la forma de lo que asemejaba un cuerpo de hombre con una constitución mucho mayor de la que él tenía. Tampoco tenía una textura definida. Las sensaciones eran extrañas, como si notase una menor gravedad sobre su forma y los sentidos tal y como él los había conocido ya no eran tales, simplemente habían cambiado a algo que él desconocía. Era como un niño recién nacido a un mundo desconocido de sensaciones en un cuerpo nuevo que no controlaba...CONTINUARÁ

miércoles, 22 de febrero de 2012

Atardeceres


Observaba el crepúsculo al anochecer, como todos los días, en aquel campo cambiante de tonalidades debido a la luz del sol que se iba escondiendo por el horizonte. Era un espectáculo que aunque lo viese todos los días, le seguía pareciendo fascinante, aquel despliegue de colores en el cielo y las variaciones de los mismos que reflejaban el campo y la vegetación. Tenía suerte de poder admirar todos los días cada uno de los atardeceres. Ninguno era igual, todos diferentes aunque pareciesen iguales, cada uno tenía una particularidad distinta que le motivaba al día siguiente para volver a contemplarlo. En estos momentos era cuando más reflexionaba, cuando se acordaba de aquellos días soleados de verano en que los niños iban a verle y a jugar con el. Siempre le cogían el sombrero para ponérselo y quitárselo entre ellos mientras reían, corrían y saltaban por el campo. Iban casi todos los días animando allá por donde fueren y le daban una gran felicidad, felicidad que le faltaba en los duros inviernos. El frío, las lluvias, la nieve. Eran condiciones climatológicas realmente adversas, pero lo que verdaderamente le costaba era la soledad que le inundaba al ver el campo yermo y vacío de las voces, las carreras y los juegos de los niños. Algunos días, cuando las nevadas eran fuertes y dejaban mucha nieve a su paso, salían a lanzarse bolas y a tirarse en la nieve. Era divertido cómo a el también le tiraban algunas acertando la gran mayoría.
Tanto tiempo había pasado en estos campos que no le quedaba nada por ver, el duro trabajo día a día, la siembra, la cosecha, la recolecta y como en algunos casos se perdía todo el trabajo porque no llovió cuando debió o llovió cuando sobró. Era como si fuesen sus campos, el los llevaba vigilando mucho tiempo y el consideraba que tenía cierto derecho sobre ellos por méritos propios. Cumplía bien con su trabajo. Tantos años le habían hecho ver tantas cosas, que de muchas de ellas no se acordaba. Las que si rememoraba de vez en cuando eran todas las personas que habían estado trabajando aquellos campos, y aquellos niños felices que fueron creciendo atardecer tras atardecer para dar paso a los siguientes que, sin saber muy bien cómo, siempre le habían llamado Eddie, El Espantapájaros.

miércoles, 15 de febrero de 2012

La Rosa Azul


Él se quedó mirando, atrapado, por una rato aquella flor que destacaba sobre el resto de la vegetación. Era inusual pero con una belleza extraña, contradictoria pero atrayente.
Con su tallo recio y espinoso, se levantaba erguida mostrando su color azul orgullosa a través de pétalos concéntricos, recortados, que se abrían hacia afuera mostrando la belleza de una excepcional rosa azul.
Aquel chico joven, no podía creer cómo una flor como aquella todavía aguantaba bajo el estigma de la guerra.
Él no quería salir de ahí, no quería levantarse. Sostenía un arma automática más como algo para aferrarse que como un instrumento bélico. No escuchaba nada, pero si miraba de un lado a otro, veía como sus compañeros disparaban una bala detrás de otra, como, poco a poco, iban cayendo uno tras otro bajo el fuego enemigo. Caras conocidas yacían en la tierra con la mirada perdida, en un infinito del que nunca regresarían.
Volvió a mirar a la rosa azul, él quería ser como ella, inmóvil, duradero. El viento soplaba levemente pero ahí estaba la flor, inmóvil, duradera, inmodesta.
Bombas caían haciendo saltar por los aires todo cuanto acertaban. Soldados impulsados por el efecto explosivo, que quedaban tendidos en medio de las trincheras, unos quietos y otros que se arrastraban sin saber a dónde se dirigían, buscando algo que no encontrarían.  
Pero él seguía ahí, inmóvil, sin comprender el por qué de esta guerra, él no entendía los conceptos de obediencia, valor, honor, patriotismo. Él era cobarde y no quería estar ahí. Él no quería matar, pero sabía que le iban a matar. Poco a poco, a su alrededor, contemplaba como el número de hombres sin vida aumentaba de forma exponencial, estaba siendo testigo de la aniquilación de un ejército, de su ejército al que no quería pertenecer, pero que le robaría su vida a manos del enemigo.
Volvió su atención sobre la rosa azul, envidiaba su valor y su coraje. Todavía continuaba erguida, imponente, llamando la atención con su belleza entre el caos y la destrucción. Quería que fuese lo último que sus ojos vieran antes de morir, para pensar y convencerse a sí mismo, de que todavía quedaban cosas bonitas en este mundo cruel y despiadado.
Regresó al campo de batalla al ver que su ejército estaba en las últimas. Pocos quedaban en pie. Esto le hizo pensar rápido y concluyó que, al igual que la rosa azul, se quedaría inmóvil, le pondría valor y llamaría la atención.
Cuando llegaron los soldados del ejército enemigo para finalizar la masacre, se encontraron con el cadáver de un soldado que yacía en el suelo parcialmente cubierto por sus compañeros y por gran cantidad de sangre, en un intento, en sus últimos momentos, por alcanzar una rosa azul que permanecía intacta en el campo de batalla. Tenía la cara con lágrimas sucias mezcladas por la tierra, con los ojos clavados en la flor.
A los militares les hizo gracia el ver como el infeliz muerto intentó coger una flor en sus últimos coletazos. Pisaron la flor hasta que los pétalos quedaron esparcidos por la tierra, manchados y rotos. Habían destrozado aquella rosa azul, tan excepcional, tan especial. Cuando se fueron, no se dieron cuenta de que el muerto estaba llorando.

sábado, 11 de febrero de 2012

Arte Contemporáneo; 2ª Parte


Después del encuentro llegaba el momento de la comunicación. Cada fantasma se comunicaba de una forma diferente. Ninguno emitía ningún tipo de sonido pero tenían una característica concreta a través de la cual se expresaban. En este caso, el vehículo de la comunicación podría ser el pincel.
Así que se quedó parado viendo cómo el fantasma se acercaba a él, le rodeaba mientras lo observaba y se situaba cerca del cuadro más próximo. Se le quedó mirando un rato, tenía una mirada triste, un poco melancólica. Poco después comenzó a mojar su pincel en la paleta y se dispuso a pintar sobre el cuadro. Él se acerco despacio para observar si aquellos trazos significarían algo.
El cuadro original parecía que había perdido todo rastro de lo que fue, solo quedaba el marco y el lienzo sobre el que el fantasma lanzaba pinceladas con movimientos muy concretos y seguros, movimientos que daban a entender que estaba visualizando perfectamente lo que quería representar.
Poco a poco se fue distinguiendo lo que parecía el interior del museo actualmente, concretamente la zona en la que estaban situados los dos. Estaba oscuro pero se observaba el resplandor del diamante.
Cuando parecía que el fantasma consideró que había finalizado, se deslizó hacia atrás e hizo un gesto indicándole el cuadro. Era una señal para decirle que lo había acabado, así que él se acercó un poco más y efectivamente estaba en lo correcto, era una imagen de la parte de la galería en la que estaban, en la que aparecía una silueta y el brillo de la piedra preciosa. Él intuyó que era él. De repente, el fantasma se aproximó al cuadro y comenzó a pintar de nuevo, esta vez con más rapidez que la anterior pero con igual seguridad y certeza que antes. Él se apartó para permitir que volviera a retomar el cuadro.
Poco después, se volvió a apartar dejándose llevar por el aire y le hizo el mismo gesto que antes. Entonces él se acercó para observar y vio que la escena parecía igual, solo que en este caso el brillo del diamante no se apreciaba. Volvió a ver la misma silueta que antes en el mismo sitio. No estaba entendiendo el mensaje que el fantasma le estaba queriendo transmitir.
El espíritu volvió a la carga sobre el cuadro con sus nuevas pinceladas. Cada vez tardaba menos en la ejecución de las imágenes. Esta vez, al igual que las anteriores, se escurrió hacia atrás flotando. Él se acercó apresurado a ver la siguiente representación. En ese momento la luz existente disminuyó y se dio cuenta de que el brillo del diamante había desaparecido de la galería. Miró a los lados para asegurarse de que así era y después observó al fantasma. Continuaba con la misma expresión en la cara pero claro, al momento cayó en que los espíritus solo podían expresar el sentimiento que los mantenía atados al mundo terrenal. Este comenzó a restregar su pincel sobre la paleta mientras se acercaba de nuevo al cuadro comenzando otra imagen. Esta vez iba muy rápido pero siempre seguro de lo que pintaba. Cada imagen parecía verla con mucha nitidez mientras la realizaba.
Según acabó, se volvió a retirar suspendido en el aire. Él se precipitó para ver la nueva imagen. Esta vez el cuadro no parecía haber cambiado en nada. El brillo del diamante seguía sin aparecer. Aunque según se fue fijando observó a la primera silueta de las imágenes anteriores y le pareció discernir a otra silueta. Parecía que había dibujado a ambos pero seguía sin comprender el sentido de todo esto.
Miró al fantasma y le hizo un gesto de incomprensión. El espíritu le observó y volvió a mover su pincel sobre el lienzo con una rapidez extraordinaria. La nueva imagen estaba lista. Él se acercó de nuevo y observó que la representación volvía a ser la misma, con la diferencia de que la segunda silueta estaba más cerca de la primera. Se quedó pensando. No entendía. Él y el fantasma. No lo relacionaba. De repente, notó cómo unas manos le agarraban el cuello y empezaban a apretar fuerte. Él intentó aflojarlas pero tenían mucha fuerza. No podía respirar, parecía que le iba a estallar la cabeza de la presión. Veía al fantasma inmóvil observando. Totalmente insensible al acontecimiento. Poco a poco notaba como las fuerzas le abandonaban de las extremidades y la vista se le nublaba hasta que la negrura le invadió. Empezaron a pasar por su mente las imágenes dibujadas por el fantasma una detrás de otra, una y otra vez. En ese momento se dio cuenta de que los fantasmas eran invisibles.
                                                                              FIN 

miércoles, 8 de febrero de 2012

Arte Contemporáneo; 1ª Parte


El museo tenía un aspecto totalmente diferente a como se veía de día, la noche caía sobre el, salvo en las zonas iluminadas por los focos estratégicamente situados para resaltar las partes más majestuosas del edificio, así como para reconocer levemente su silueta mostrando su gran volumetría.
La pinacoteca permanecía cerrada durante la noche, pero él entró a través de la puerta de entrada, se identificó y accedió al vestíbulo principal que era donde le esperaban.
Eran un par de hombres mayores, los dos principales cargos en la dirección del museo, que solicitaban la ayuda de un experto.
Se adentraron, pasado el vestíbulo, a la sala principal donde se mostraban, ahora casi sin luz, las obras más importantes. Era un espacio abierto, a modo de patio interior techado, limitado por columnas que daban lugar a pequeñas galerías en ambas plantas del edificio. En dichas galerías se distribuían parte de las colecciones más importantes. En el centro, delante suyo, se mostraba curiosamente un diamante rosa con un brillo casi mágico teniendo en cuenta la falta de luz. Refulgía de una manera especial, proporcionando con reflejos cierta luz que repelía a la oscuridad. Era un diamante cuya historia siempre estuvo vinculada al museo y por eso se mostraba allí con todo su esplendor.
El encargo por parte de los mandatarios era un problema de índole paranormal con el que no tendría demasiados inconvenientes. Él era un experto en la materia, entre otras cosas porque él tenía la capacidad de ver fantasmas, y el problema carecía de dificultad por lo que le contaban. La existencia, por lo visto, de un fantasma que por las noches merodeaba por el edificio. Según describían los pocos que lo sintieron, se movía principalmente cerca de las obras de arte. Como si de una persona se tratase contemplando las diferentes colecciones allí expuestas. El plan era simple, se quedaría esta noche solo con el espíritu y con los cuadros para conocer las razones de su permanencia. Sabiéndolas, solo tendría que pensar como conseguir romper con el pasado del fantasma para que este se pudiese ir en paz.
Explicado el objetivo de su presencia allí, los directores abandonaron las instalaciones para permitir su trabajo.
Como las anteriores veces en estos casos, se puso a caminar despacio dando una vuelta completa alrededor del diamante. Con esto se dejaría ver ante el fantasma en un espacio abierto para crear cierta confianza con el. Después se introdujo en una de las galerías, siempre despacio, sin movimientos bruscos, y continuó por ella hasta que comenzó a distinguir una silueta blanca. Aquel era el fantasma, no cabía duda, una forma difusa, blanquecina y traslúcida solo podía ser el. Se acercó y observó como dicha silueta comenzaba a cobrar forma de lo que podría ser un pintor de épocas antiguas. Debía ser un pintor por su paleta y su pincel, cada uno en una mano, y la época no sabía localizarla con exactitud porque las prendas que llevaba podían abarcar un periodo largo de tiempo...CONTINUARÁ

lunes, 6 de febrero de 2012

Pensamientos


No puede ser. ¿Qué hace ahí? No estaba ahí. No lo cogí. Lo han visto. Qué gilipollas. Estaba escondido. O no. Alguien me vio. Puede ser. Lo han descubierto. Lo vuelvo a esconder. No. Nadie ha dicho nada. Nadie sabe nada. Joder. Está limpio. ¿Lo limpié? Antes de esconderlo. ¿Lo dejo? ¿No lo dejo? Estúpido, estúpido. Se ve mucho. Lo muevo. No. Se pueden enterar. No puede ser. El timbre. ¿Será él? No abras. Que pesado. No para. Tengo que abrir ¿Lo cojo? Se ve. Sí. Abro la puerta. Lo hago. Como pesa. La puerta cerrada. Qué gilipollas. Ahora son dos.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Cuando La Realidad Supera a La Ficción

- Abuelo, abuelo, ¡cuéntame un cuento! - Le dijo Juan a su anciano abuelo, hombre de pelo y cejas canas, gafas a la altura de la parte baja de la nariz, ciertamente deformada por el peso de los cristales de los que se podrían sacar una vajilla de vasos entera, cuya cara, por efecto de los años había cedido a la fuerza de la gravedad con un resultado de gran papada y carrillos con denominación de origen "perro pachón", pero en cuya cabeza existía una gran experiencia y sabiduría sobre la vida.
- ¿Pero a estas horas quieres un cuento? Tendrías que estar durmiendo, mira que horas son. - Le señaló el viejo reloj de cuco, tan viejo que el pobre pájaro solo quería suicidarse, después de tantos años la figura permanecía fuera de su caseta colgando del palo que le sacaba y le devolvía detrás de la puertecita. El reloj, con tallaje en madera, marcaban las doce de la noche.
- Ya abuelo pero es que no puedo dormir, no tengo sueño. - Dijo el nieto excusándose para poder escuchar la historia.
- Está bien, te contaré un cuento pero después te irás a dormir ¿vale? Ese es el trato. - Cedió mirándole con ojos sentenciosos.
- Sí si, luego me voy a dormir, ¡pero cuéntame el cuento abuelo! - Le dijo su nieto con ilusión y con ansia.
- Muy bien, el cuento dice así:
Érase una vez en la selva, un grupo de animales bastante curioso, un elefante, cuatro pájaros y un montón de hormigas. Estos, tenían una relación muy especial porque cada uno tenía su propia función dentro del grupo que formaban.
- Pero abuelo, ¿Eran amigos? - Preguntó con interés Juan.
- No exactamente, pero ahora verás su relación. - Aclaró el anciano.
El elefante, animal de grandes proporciones, no hacía más que comer todo el día aumentando el tamaño de su barriga constantemente. Ya le compensaba llegar al suelo para arrastrarla y no tener que cargar con ella. La gula era su lema.
- Pero abuelo, ¿Comer tanto no es malo? - Dijo extrañado.
- Claro que es malo. - Confirmó el abuelo mientras se subía las pesadas gafas que estaban situadas al límite de su nariz.
Por otro lado, estaban los cuatro pajarillos que volaban, oteaban al horizonte para localizar comida y decírselo al elefante, el cual ordenaba a las hormigas para que la trajesen, daba igual lo lejos que estuviese.
- Pero abuelo, ¿las hormigas no hacían más que trabajar? - Preguntó sin comprender aquello.
- Claro que sí, pero continúo con la historia. - Respondió para seguir el cuento.
Aquellos pajarillos solían hacer siempre lo mismo, hablaban mucho entre ellos para después, el que parecía mayor meterse en una de las orejas del elefante y susurrarle cosas que las hormigas nunca conseguían oír. Después, el elefante mandaba a las hormigas.
Estas al final acababan acatando las órdenes y se desplazaban para volver con la comida.
- Pero abuelo, a mi no me gustaría ser hormiga. - Dijo con cara de negación.
- Lo se, lo se, ya verás, pero sigamos con la historia. - Contestó con cierta irritación.
Esta comida no se dividía de manera equitativa. El elefante se llevaba gran parte así como los pajarillos, y las hormigas comían menos que ellos.
- Pero abuelo, los pajarillos se llevaban más comida que las hormigas que son un montón, ¿para qué? si no la necesitaban para nada. ¿Y el elefante que no hacía nada y también se llevaba más comida? - Preguntó indignado.
- Espérate que todavía no he acabado. - Respondió el abuelo con visible enojo.
La división de la comida lo hacía el elefante, pero siempre con la orden previa de los pájaros.
- Pero abuelo, ¡este cuento que me estás contando es una mierda! Las hormigas hacen el trabajo y son las que menos comida tienen, y los pájaros y el elefante no son nada buenos. Son una panda de bandarras porque se quedan con toda la comida sin necesitar tanto. Y los pájaros no pueden comer tanto, así que se estaban guardando comida seguro. Así, cuando no hubiese comida, los pájaros serían los que controlasen el cotarro y por eso el elefante no hace más que recibir órdenes de los pájaros mafiosos. No me gusta esta historia porque tampoco entiendo cómo siendo tantas las hormigas, no se enfadan y pican a los elefantes y los pajarillos. ¡Ellas tendrían el poder y esta historia es una basura! - Sentenció el pequeño.
El abuelo se quedó atónito ante su nieto mientras sus gafas iban resbalando hacia la punta de la nariz a la vez que su boca se abría de la misma manera. El pájaro cucú se cayó directamente al suelo.
Cuando salió de su asombro dijo - Juan, no te permito que me hables así. - Le reprimió.
- Joder abuelo, la próxima vez me dices que los políticos solo obedecen las órdenes de grupos de presión, que son los que tienen el dinero, los que manejan y que los dirigentes del gobierno no solo no hacen nada, si no que chupan del bote mientras la gente se parte el espinazo currando para llevarse cuatro duros. Que no abuelo, que no. Que no inventes cuentos. Me voy a dormir. - Y se levantó y se fue.
Al abuelo se le quedó la palabra en la boca así como la mano alzada para acompañar a la bronca que iba a descargar sobre el nieto. El pájaro cucú terminó de palmarla por la sorpresa de los acontecimientos.
Al final, el abuelo comenzó a sonreír porque el niño, de una manera u otra, entendía cómo funcionaba la vida.