miércoles, 22 de febrero de 2012

Atardeceres


Observaba el crepúsculo al anochecer, como todos los días, en aquel campo cambiante de tonalidades debido a la luz del sol que se iba escondiendo por el horizonte. Era un espectáculo que aunque lo viese todos los días, le seguía pareciendo fascinante, aquel despliegue de colores en el cielo y las variaciones de los mismos que reflejaban el campo y la vegetación. Tenía suerte de poder admirar todos los días cada uno de los atardeceres. Ninguno era igual, todos diferentes aunque pareciesen iguales, cada uno tenía una particularidad distinta que le motivaba al día siguiente para volver a contemplarlo. En estos momentos era cuando más reflexionaba, cuando se acordaba de aquellos días soleados de verano en que los niños iban a verle y a jugar con el. Siempre le cogían el sombrero para ponérselo y quitárselo entre ellos mientras reían, corrían y saltaban por el campo. Iban casi todos los días animando allá por donde fueren y le daban una gran felicidad, felicidad que le faltaba en los duros inviernos. El frío, las lluvias, la nieve. Eran condiciones climatológicas realmente adversas, pero lo que verdaderamente le costaba era la soledad que le inundaba al ver el campo yermo y vacío de las voces, las carreras y los juegos de los niños. Algunos días, cuando las nevadas eran fuertes y dejaban mucha nieve a su paso, salían a lanzarse bolas y a tirarse en la nieve. Era divertido cómo a el también le tiraban algunas acertando la gran mayoría.
Tanto tiempo había pasado en estos campos que no le quedaba nada por ver, el duro trabajo día a día, la siembra, la cosecha, la recolecta y como en algunos casos se perdía todo el trabajo porque no llovió cuando debió o llovió cuando sobró. Era como si fuesen sus campos, el los llevaba vigilando mucho tiempo y el consideraba que tenía cierto derecho sobre ellos por méritos propios. Cumplía bien con su trabajo. Tantos años le habían hecho ver tantas cosas, que de muchas de ellas no se acordaba. Las que si rememoraba de vez en cuando eran todas las personas que habían estado trabajando aquellos campos, y aquellos niños felices que fueron creciendo atardecer tras atardecer para dar paso a los siguientes que, sin saber muy bien cómo, siempre le habían llamado Eddie, El Espantapájaros.

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