miércoles, 15 de febrero de 2012

La Rosa Azul


Él se quedó mirando, atrapado, por una rato aquella flor que destacaba sobre el resto de la vegetación. Era inusual pero con una belleza extraña, contradictoria pero atrayente.
Con su tallo recio y espinoso, se levantaba erguida mostrando su color azul orgullosa a través de pétalos concéntricos, recortados, que se abrían hacia afuera mostrando la belleza de una excepcional rosa azul.
Aquel chico joven, no podía creer cómo una flor como aquella todavía aguantaba bajo el estigma de la guerra.
Él no quería salir de ahí, no quería levantarse. Sostenía un arma automática más como algo para aferrarse que como un instrumento bélico. No escuchaba nada, pero si miraba de un lado a otro, veía como sus compañeros disparaban una bala detrás de otra, como, poco a poco, iban cayendo uno tras otro bajo el fuego enemigo. Caras conocidas yacían en la tierra con la mirada perdida, en un infinito del que nunca regresarían.
Volvió a mirar a la rosa azul, él quería ser como ella, inmóvil, duradero. El viento soplaba levemente pero ahí estaba la flor, inmóvil, duradera, inmodesta.
Bombas caían haciendo saltar por los aires todo cuanto acertaban. Soldados impulsados por el efecto explosivo, que quedaban tendidos en medio de las trincheras, unos quietos y otros que se arrastraban sin saber a dónde se dirigían, buscando algo que no encontrarían.  
Pero él seguía ahí, inmóvil, sin comprender el por qué de esta guerra, él no entendía los conceptos de obediencia, valor, honor, patriotismo. Él era cobarde y no quería estar ahí. Él no quería matar, pero sabía que le iban a matar. Poco a poco, a su alrededor, contemplaba como el número de hombres sin vida aumentaba de forma exponencial, estaba siendo testigo de la aniquilación de un ejército, de su ejército al que no quería pertenecer, pero que le robaría su vida a manos del enemigo.
Volvió su atención sobre la rosa azul, envidiaba su valor y su coraje. Todavía continuaba erguida, imponente, llamando la atención con su belleza entre el caos y la destrucción. Quería que fuese lo último que sus ojos vieran antes de morir, para pensar y convencerse a sí mismo, de que todavía quedaban cosas bonitas en este mundo cruel y despiadado.
Regresó al campo de batalla al ver que su ejército estaba en las últimas. Pocos quedaban en pie. Esto le hizo pensar rápido y concluyó que, al igual que la rosa azul, se quedaría inmóvil, le pondría valor y llamaría la atención.
Cuando llegaron los soldados del ejército enemigo para finalizar la masacre, se encontraron con el cadáver de un soldado que yacía en el suelo parcialmente cubierto por sus compañeros y por gran cantidad de sangre, en un intento, en sus últimos momentos, por alcanzar una rosa azul que permanecía intacta en el campo de batalla. Tenía la cara con lágrimas sucias mezcladas por la tierra, con los ojos clavados en la flor.
A los militares les hizo gracia el ver como el infeliz muerto intentó coger una flor en sus últimos coletazos. Pisaron la flor hasta que los pétalos quedaron esparcidos por la tierra, manchados y rotos. Habían destrozado aquella rosa azul, tan excepcional, tan especial. Cuando se fueron, no se dieron cuenta de que el muerto estaba llorando.

1 comentario:

  1. Ojalá hubiese más rosas azules
    Y más soldados que llorarán
    Aún así da consuelo pensar que cuando nos vayamos seguirá habiendo por ahí alguna otra rosa azul...
    o blanca
    o verde
    o escarlata
    o a puntitos de colores
    Qué más da!

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