Él se quedó mirando, atrapado,
por una rato aquella flor que destacaba sobre el resto de la vegetación. Era
inusual pero con una belleza extraña, contradictoria pero atrayente.
Con su tallo recio y espinoso, se
levantaba erguida mostrando su color azul orgullosa a través de pétalos
concéntricos, recortados, que se abrían hacia afuera mostrando la belleza de
una excepcional rosa azul.
Aquel chico joven, no podía creer
cómo una flor como aquella todavía aguantaba bajo el estigma de la guerra.
Él no quería salir de ahí, no
quería levantarse. Sostenía un arma automática más como algo para aferrarse que
como un instrumento bélico. No escuchaba nada, pero si miraba de un lado a
otro, veía como sus compañeros disparaban una bala detrás de otra, como, poco a
poco, iban cayendo uno tras otro bajo el fuego enemigo. Caras conocidas yacían
en la tierra con la mirada perdida, en un infinito del que nunca regresarían.
Volvió a mirar a la rosa azul, él
quería ser como ella, inmóvil, duradero. El viento soplaba levemente pero ahí
estaba la flor, inmóvil, duradera, inmodesta.
Bombas caían haciendo saltar por
los aires todo cuanto acertaban. Soldados impulsados por el efecto explosivo,
que quedaban tendidos en medio de las trincheras, unos quietos y otros que se
arrastraban sin saber a dónde se dirigían, buscando algo que no encontrarían.
Pero él seguía ahí, inmóvil, sin
comprender el por qué de esta guerra, él no entendía los conceptos de
obediencia, valor, honor, patriotismo. Él era cobarde y no quería estar ahí. Él
no quería matar, pero sabía que le iban a matar. Poco a poco, a su alrededor,
contemplaba como el número de hombres sin vida aumentaba de forma exponencial,
estaba siendo testigo de la aniquilación de un ejército, de su ejército al que
no quería pertenecer, pero que le robaría su vida a manos del enemigo.
Volvió su atención sobre la rosa
azul, envidiaba su valor y su coraje. Todavía continuaba erguida, imponente,
llamando la atención con su belleza entre el caos y la destrucción. Quería que
fuese lo último que sus ojos vieran antes de morir, para pensar y convencerse a
sí mismo, de que todavía quedaban cosas bonitas en este mundo cruel y despiadado.
Regresó al campo de batalla al
ver que su ejército estaba en las últimas. Pocos quedaban en pie. Esto le hizo
pensar rápido y concluyó que, al igual que la rosa azul, se quedaría inmóvil,
le pondría valor y llamaría la atención.
Cuando llegaron los soldados del
ejército enemigo para finalizar la masacre, se encontraron con el cadáver de un
soldado que yacía en el suelo parcialmente cubierto por sus compañeros y por
gran cantidad de sangre, en un intento, en sus últimos momentos, por alcanzar
una rosa azul que permanecía intacta en el campo de batalla. Tenía la cara con
lágrimas sucias mezcladas por la tierra, con los ojos clavados en la flor.
A los militares les hizo gracia
el ver como el infeliz muerto intentó coger una flor en sus últimos coletazos.
Pisaron la flor hasta que los pétalos quedaron esparcidos por la tierra,
manchados y rotos. Habían destrozado aquella rosa azul, tan excepcional, tan
especial. Cuando se fueron, no se dieron cuenta de que el muerto estaba
llorando.
Ojalá hubiese más rosas azules
ResponderEliminarY más soldados que llorarán
Aún así da consuelo pensar que cuando nos vayamos seguirá habiendo por ahí alguna otra rosa azul...
o blanca
o verde
o escarlata
o a puntitos de colores
Qué más da!