lunes, 9 de mayo de 2016

El Códice. Parte IV

Así que recurrió a la ayuda del inestimable Huraño que tanto le estaba ayudando. Le hizo una visita a su morada donde mantuvo una conversación agradable con él y mediante la cual, obtuvo el nombre del anterior propietario a Niklas: Yuri Sokolov. Se lo agradecería regalándole una pequeña pieza de poco valor, pero que sabía que le iba a gustar.
Yuri Skolov era un ruso cuyo patrimonio era de origen dudoso, hay quién decía que provenía del tráfico de drogas. Logró construir un imperio empresarial a partir del blanqueo de dinero proveniente de las sustancias ilegales. No era una persona amante de las antigüedades. De hecho, el Códice lo obtuvo, por lo visto, en un ajuste de cuentas en casa del desafortunado que perdió tanto la vida como el manuscrito. Al poco de poseer la reliquia, Yuri desapareció sin dejar ningún rastro, el mismo rastro ausente que dejó el Codex hasta aparecer en manos de Niklas.
Aitor investigó las empresas pertenecientes a Yuri, que ahora las dirigía su mujer, Svetlana Kuznetsov. Comprobó que una de las sociedades creadas tenía como fin el intercambio de antigüedades, probablemente sin actividad ninguna y con el objetivo de blanquear dinero. Aquello lo podía aprovechar a su favor, yendo a visitar a la mujer haciéndose pasar por un asesor externo a la empresa que aconsejaba a Yuri sobre los precios de las antigüedades sobre piezas reales, no inventadas, de modo que podría preguntar a Svetlana sobre la llave sin levantar sospechas e incluso, intentar embaucarla para poder conseguirla.
Estudiado el plan a seguir, Aitor visitó la antigua casa de Yuri, haciéndose pasar por Alberto, asesor de antigüedades. La casa, más correctamente denominada mansión, tenía el estilo de los castillos franceses y un mayordomo al estilo de los ricachones también. El sirviente le dirigió por fuera de la mansión hasta llegar a la parte trasera a través de jardines limitados por caminos de tierra fina. Svetlana le esperaba sentada en una silla blanca haciendo juego con la mesa del mismo color sobre un fondo verde de vegetación. Él se presentó y ella pareció creerle en su papel de asesor externo. Al principio conversaron sobre la desaparición de su marido y de lo misterioso del acontecimiento. –Un día se metió en el despacho a trabajar y cuando fui a verle para decirle que la cena estaba preparada, no había nadie. Desde entonces no le he vuelto a ver y no se sabe dónde puede estar.- Fue lo que dijo Svetlana. Después de aquello, Aitor dirigió la conversación hacia el tema de interés, las antigüedades. Primeramente tanteó el conocimiento de la mujer al respecto, pero comprobó que era más bien escaso. A continuación, le preguntó por la llave y para su sorpresa le dijo que no la tenía. –Me llamó un hombre de su empresa y me dijo que necesitaba la llave para venderla y así poder ajustar ciertos balances de la compañía. Como me tuve que ir de viaje unos días, la dejé preparada para que la recogiera en mi ausencia-, aclaró Svetlana. 
-Pero entonces, ¿no vio quién era?- le preguntó Aitor con necesidad.
-No porque me fui, cuando hablé con él por teléfono me dijo que se llamaba Carlos-, respondió la mujer a la vez que levantaba los hombros.
Vaya, esto estaba estropeando lo planeado. Alguien se había adelantado. Y la primera persona que le vino a la cabeza fue Ricardo, ¡ese sicario sin escrúpulos quería hacerse con el conjunto de las dos piezas! Y ya las tenía. Lo que significaba que o se quedaba con las dos cosas, o le ponía un nuevo precio “especial” a Aitor por ambas piezas...

¡Próximamente otra entrega de El Códice!

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