jueves, 21 de abril de 2016

El Códice. Parte II

La última información que el Huraño sabía es que lo poseía un austriaco, un tal Niklas Kloner, accionista principal de la empresa petrolera más grande del mundo, así como creador de la empresa Biometrics Corp dedicada a la curación de enfermedades mediante el uso de virus modificados genéticamente. Un gigante en su sector.
Pero lo más curioso era que el austriaco llevaba mucho tiempo con el Códice, bastante más que cualquiera de sus antecesores, lo que hacía sospechar al provecto hombre de que Niklas estaba siendo excepcional en ese sentido. 
Aquella información caló hondo en Aitor, tanto por la incógnita de por qué el Codex duraba tan poco tiempo en manos de sus dueños, ya que los amantes de las antigüedades solían adoptar cada una de sus piezas como un pequeño tesoro y no se separaban de ellas salvo fuerza mayor. 
Lo que no sabía era lo especial que se veía cuando lo tenía delante, sobre la mesa. Ricardo había cumplido su parte. El manuscrito era voluminoso, tenía una encuadernación elegante, con tapas gruesas recubiertas de cuero marrón oscuro con los bordes revestidos con un marco metálico, cuyo uso después de tantos años había conseguido apagar cualquier brillo del metal. Las tapas venían con incrustaciones en las esquinas de piedras rubís con un color granate profundo que, a través de cuero más oscuro todavía que el usado para la encuadernación, conectaba con el centro de la tapa que quedaba rematada por una turmalina negra cuyo color opaco hacía que el conjunto ganase fuerza, pero una fuerza sombría. Se fijó en el lateral, por donde se abrían las páginas, y comprobó el estado de la cerradura que unía ambas tapas del códice y que no permitía abrirlo. Estaba en perfectas condiciones, lo que le confirmaba que nadie había podido leer sus páginas. Escrutó minuciosamente, a través del canto del manuscrito, que no hubiese hojas arrancadas. Acarició el Códice. 
Para poder conseguirlo partió de la información suministrada por el Huraño y comenzó a investigar. Habló con varios cazadores y ninguno de ellos ni conocía el Códice, ni tenía ni idea de cómo encontrarlo. Hasta que coincidió con Ricardo en una subasta en la que se vendía una pieza importante, el Cáliz del Olvido, realizado con plata adornada por varios rubíes espinelas de color rojo profundo rodeando su contorno, y que acompañaban a la perfección a los detalles labrados en el metal precioso. Aquel Cálice brillaba, tanto por la superficie de la plata, como por las piedras que la decoraban, de una manera intensa. Aitor lo observaba maravillado, era un enamorado de las antigüedades.
Le llamaban el Cáliz del Olvido, porque por lo visto según contaba la historia, aquel que bebía de él perdía todos los recuerdos, se convertía en un amnésico permanente. Su creador fue un eclesiástico que, apelando al poder del Señor, pedía una solución para la situación del reino en el que vivía. Era inestable y peligroso. Se había enterado de un posible levantamiento contra el Rey a través de un monaguillo cuyos oídos finos habían captado una conversación muy importante en la que se desvelaban los planes del hijo del Rey, cuyo odio contra su progenitor no tenía límite, con objetivo la muerte del monarca. El clérigo, conociendo los poderes del Cáliz, consiguió que el sucesor del Rey bebiera, tentado por probar el sabor del mejor vino del continente, y no hubo mejor limpiador de recuerdos que el vaso de plata, aunque con la cantidad de vino que se bebió quizás no habría hecho falta poder secreto alguno. De este modo, consiguió salvar al Rey de una muerte a manos de su hijo. Nunca supo las intenciones de su descendiente y su pérdida de memoria se achacó a una enfermedad desconocida. Si el Rey se hubiese enterado de la causa de la muerte de sus remembranzas, el Clérigo sabía que le habría hecho beber vino en cantidad igual a su peso, que no era poco. Tampoco era poco bebérselo de un trago gracias al embudo que le habría introducido en la boca. Se habría inventado el embutido de vino...

¡La semana que viene publico la siguiente parte de El Códice!

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