Un golpe. Un
candelabro. Estaba en el suelo, le habían lesionado y se arrastraba. No podía
mover la pierna de la contundencia del impacto. Tenía que salir de la
biblioteca. Todavía tenía algo de tiempo ya que consiguió alcanzar a su agresor
en la cara, con el canto de uno de los libros de una de las estanterías, en el
instante en que el asesino le asestó con el candelabro. Si quería alguna
posibilidad de vivir tendría que salir de aquella habitación. Seguía
arrastrándose hacia puerta hasta que se le ocurrió una idea mejor. Intentaría
coger el candelabro y tirarlo por la ventana. Aquello le daría más tiempo para
salir de allí o por lo menos continuar vivo un poco más. Le daba miedo porque
se tendría que acercar al hombre que estaba tendido en el suelo. Le debió
golpear en la cabeza para que cayese como un fardo. La pierna le dolía demasiado
pero se dirigió al agresor y se dispuso a agarrar el candelabro en el mismo
momento en que este también lo hacía. De repente, había abierto los ojos y con
cara de ira tiró del candelabro hacia sí. Forcejearon en el suelo hasta que el
asesino perdió el objeto contundente. Él, a pesar del dolor agudo que le
atenazaba a la pierna, logró impactarle con el arma en el torso, el agresor
cayó y él se arrastró en busca de la salida de aquella estancia. Llevaba el
candelabro en la mano. Cuando logró alcanzar la puerta, se fijó que por la
parte exterior a la habitación había una llave encajada en la cerradura. Miró
al interior de la biblioteca y vio al hombre tumbado en el suelo con el libro
con el que le había sacudido la primera vez cerca suyo también en el piso. Se
limitó a cerrar la puerta y echar la llave. Le había echado a perder el Cluedo.
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