Era una noche increíble. Se
contemplaban las estrellas con una claridad que pocas veces había visto.
Brillaban con la luz de la vida que contenían y aquello se contagiaba,
desprendían una cantidad de energía extraordinaria, tanto que se quedaban grabadas
en la retina al admirarlas por un rato. Eran tantas que contarlas le podría
llevar mil vidas. Ella solo pedía una, la que le querían quitar, la que le
quedaba por vivir, la que le quedaba por disfrutar. El fin estaba cerca y solo
quería pensar en la noche tan hermosa que le envolvía. Estaba en el patio y la
podía observar en todo su apogeo. No quería mirar hacia abajo, estaría el rato
que le quedaba encarando a aquella noche tan limpia, tan nítida. No quería
volver la mirada hacia abajo por no ver el mundo que no entendía. Aquel mundo
que decidía por ella, aquel mundo que le iba a robar la vida y que le estaba
haciendo tanto daño. Le avisó con suficiente antelación, tiempo en el que
mantuvo la esperanza, en la que mantuvo la luz, ambas aniquiladas después de la
decisión. No culpaba a la humanidad, culpaba al mismo mundo que le había
creado. Las injusticias y las crueldades, de las que se había dado cuenta que
eran la base del orden social y natural, no tenían solución. Solo la sociedad
podía cambiar, pero para eso era necesario gente que luchase con el corazón
como pensamiento y valores morales justos como armas. Pero ella no lo vería. Le
quedaba tan poco tiempo que solo quería observar las estrellas y el esplendor
de su libertad en la oscuridad. Su último deseo, la liberación de la noche, el
privilegio de saltar de estrella en estrella sin cadenas. Aquel momento se
acabó, echó un último vistazo al cielo por el que la luz entraba a través de
pequeños orificios, agarró los grilletes para no tropezarse y fue a sentarse
junto a la muerte.
Me encanta como mezclas el carácter romántico que desprende con Lo gótico. Brillante como tus estrellas :)
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